Me gustan las historias de piratas, ¿lo he dicho alguna vez? Demasiadas, me temo. Pero ahí voy de nuevo.
Recientemente, en cierto show televisivo de dudosa nula calidad del que no pienso hablar, he visto cómo los concursantes hablan con un ente ficticio al que llaman «pirata Morgan», que es algo así como el «Amo del Calabozo» de su concurso, pero en versión caribeña. No tengo pruebas pero tampoco dudas de que ninguno de ellos tiene ni la menor idea de quién fue Henry Morgan, y si a alguno le suena, será por haber degustado el ron que lleva el mismo nombre.
Porque si así fuese, en ningún caso le darían las gracias o hablarían bien de él. Por muy ficticio que sea.
Henry Morgan fue, probablemente, el pirata caribeño más exitoso de todos. Podría decirse que con sus hazañas culmina la edad de oro de la piratería y comienza su declive. Otros piratas como Barbanegra son más famosos, pero creo que más por tener unas características personales particulares que por la magnitud de sus saqueos.
Además se da el hecho de que parte de los hechos de Morgan están convenientemente narrados por un testigo de excepción: Exquemelín, el conocido como «médico de los piratas» y autor del libro del que ya hablé aquí.
No voy a contar en este artículo la vida y milagros de Morgan, pero sí su hecho bélico más notable, la toma y saqueo de la taza de oro: Panamá.

Objetivo del pirata Morgan: ¿Panamá?
Vamos a ponernos en contexto: año 1670. Tortuga ha dejado de ser el centro de la piratería caribeña, para ser sustituida por Port Royal, en Jamaica. Bajo control inglés, y aprovechando los recientes pactos entre Inglaterra y España, Jamaica se ha consolidado como un refugio para cualquier enemigo de España (los detalles de la toma de Jamaica, en este artículo).
El pirata Morgan ya ha hecho de las suyas en el Caribe: ha sido el segundo al mando de Mansvelt, y ha saqueado Puerto Príncipe, Maracaibo y Gibraltar. Vamos, que ya no es un cualquiera. La fama para un pirata lo es todo: si tiene fama puede contar con recursos y hombres, y acometer nuevas empresas. A estas alturas de la película, Henry Morgan es poderoso.
La versión más popular es que el gobernador jamaicano ordena a Morgan saquear Panamá. ¿Saquear? ¿El gobernador Modyford sólo quiere bienes materiales? No es probable.
Aclaro esto porque la leyenda que nos ha llegado es que Morgan sólo quiere más riquezas, algo improbable porque ya vive como un marqués. Al parecer los piratas tienen bastantes deudas en Jamaica y necesitan efectivo, por decirlo así, pero eso no parece motivo suficiente para atacar la taza de oro: hay otros objetivos mucho más asequibles (aunque puede que no tan lucrativos).
Panamá es una ciudad en un enclave estratégico clave. Por ella pasa la plata que viene del Perú, por el Pacífico. No tiene demasiadas defensas, pero ni falta que le hace, porque cualquier ataque que venga desde el Caribe va a tener que atravesar la peligrosa selva.
Vamos, que sí, que es muy rica. Pero también es muy difícil y costosa de atacar.
El caso es que Modyford comisiona al pirata Morgan para que lidere un asalto a gran escala. Se barajan tres objetivos: Cartagena de Indias, Veracruz, y Panamá, aunque en determinada fuente he leído que la orden oficial sería tomar Santiago de Cuba. En cualquier caso, las instrucciones son claras: realizar un «saqueo controlado». Es decir, recopilar todas las ganancias posibles (hay que pagar a los piratas y a los capitanes), pero no destruir la ciudad.
¿Por qué? Pues porque la intención real de Modyford es expansionista. Una vez despojados de sus riquezas, los desafortunados ciudadanos jurarán obediencia a la corona británica.
Se reúne una impresionante flota de 37 navíos, con más de 2000 piratas. Poca broma. Aquí es donde entra en juego la influencia de Henry Morgan: nadie más podría congregar bajo su mando a tanta gente para una empresa tan arriesgada.
La expedición parte en diciembre, y tiene varios objetivos intermedios. El primero es la toma del archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. El único combate que tiene lugar es la toma de una pequeña isla fortificada. Al parecer, su gobernador, viendo la formidable fuerza que le ataca, pacta una rendición con una única condición: simular un combate para que su reputación no quede en entredicho (¡¡¡!!!). Algo a lo que Morgan accede: sus hombres están pasando hambre y frío por la lluvia, y no tienen tiempo que perder.
El siguiente objetivo es el castillo de San Lorenzo, en la desembocadura del Chagres. Esto ya son palabras mayores: la fortificación cuenta con defensas naturales y potente artillería, y cuyo único acceso es un puente levadizo. Pero el pirata Morgan no puede dejarla detrás, porque dejaría su retaguardia desprotegida en su avance a Panamá, un error que ya le había costado caro en su asalto a Maracaibo, y que no volverá a cometer.
Para ello envía al capitán Joseph Bradley al mando de 400 hombres, que desembarcan a 5 km y atraviesan la jungla hasta su objetivo. La batalla es dura, los españoles se defienden como gato panza arriba.
Según Exquemelín (¿estaba allí, o se lo contaron?) la cosa se resuelve cuando un pirata recibe un flechazo, se arranca la flecha, envuelve la punta en una pieza de algodón y le prende fuego, lanzándola de vuelta y provocando un incendio. Bastante increíble. El caso es que finalmente los piratas toman la fortaleza; han perdido a 100 hombres, incluído el propio Bradley, pero los españoles, que inicialmente eran 314, se han visto reducidos a 30. Pobres desgraciados…
Con el archipiélago y la fortaleza bajo su control, Panamá está al alcance de la mano. Henry Morgan deja 150 hombres en los barcos y 300 en el castillo. Y con otros 1200, se dirige a por su verdadero objetivo.

La batalla de Panamá
El pirata Morgan divide sus fuerzas en dos columnas: una avanza por tierra y otra por el río. No van por el Camino de Cruces (la ruta que conecta el Caribe con el Pacífico, terminando en Panamá). Se trata de evitar las más que probables emboscadas, ya que los españoles ya han sido avisados del ataque: algunos pudieron escapar del fuerte de San Lorenzo.
Y efectivamente sufren alguna que otra emboscada, pero vienen de parte de los nativos. Morgan da orden de no responder y perseguirles: el conocimiento del terreno les da ventaja a los primeros, y se trata de minimizar pérdidas en combates inútiles.
Una de las órdenes que da es la de ir con lo mínimo, para aligerar la marcha y contando con encontrar vituallas por el camino. Craso error: los piratas sólo se encuentras poblados deshabitados y sin apenas alimento. Pasan tanta hambre que, según Exquemelín, engañan al estómago con el cuero de las bolsas. Algunos de los piratas, indisciplinados por naturaleza, se saltan las órdenes y se adentran en la selva buscando poblados indígenas que saquear; muchos encuentran la muerte.
No obstante, tras una penosa travesía, al final llegan a Panamá. Hoy en día se conoce la meseta desde la que avistan la ciudad como «loma de los bucaneros».
Como decía antes, la ciudad no está fortificada. Pero en absoluto está desprotegida: el gobernador Juan Pérez de Guzmán, tras haber evacuado a mujeres y niños y solicitado refuerzos a otras localizaciones, cuenta con 2800 hombres para la defensa, incluyendo caballería.
El primer encontronazo se resuelve a favor de los piratas: evitando el camino principal, donde los defensores tienen ventaja, Morgan avanza hacia la ciudad atravesando la jungla. Guzmán lanza a la caballería creyendo que es un movimiento evasivo. Pero el pirata ha posicionado a tiradores esperando dicho ataque, y logra causar numerosas bajas tanto entre la caballería, enfangada en la espesa jungla, como entre el regimiento de infantería enviado a apoyarla.
Guzmán recurre entonces al plan B, una táctica que es bastante frecuente como defensa en las guarniciones caribeñas españolas: lanzar una manada de toros embravecidos por el fuego. El objetivo, más que causar bajas, es desorganizar y ahuyentar a los atacantes. Sin embargo, donde los caballos se acaban de enfangar también lo hacen los toros. Exquemelín cuenta que los certeros disparos de los piratas hacen que la manada se dé la vuelta y termine embistiendo a los españoles, en un cómico giro de los acontecimientos. También resulta poco creíble.
Lo que sí parece claro es que los piratas están encima de los españoles, y éstos se retiran a la ciudad, donde lucharán calle por calle.
Guzmán, consciente de la derrota, ordena a la población restante abandonar la ciudad, algo que él mismo hace, no sin antes hacer estallar el polvorín.
Y así, el pirata Morgan ha conquistado la taza de oro.

La leyenda del altar de oro
Una de las leyendas asociadas a la toma de Panamá es ésta: al parecer, la orden de San José estaba terminando la construcción de su iglesia a las afueras de la ciudad cuando llegó el ataque. Y su altar, hecho por completo de oro, ya estaba colocado.
Un fraile llamado Juan, al cargo de la iglesia, cubrió el altar de oro con una mezcla de Albayalde (oxido de plata), para darle una apariencia de inconcluso y que estuviese ennegrecido.
Parece ser que la treta funcionó: cuando Morgan llegó a la iglesia buscando rapiñar tesoros, sólo encontró pobreza. El bueno de Juan le echó un par y le dijo a Morgan que, efectivamente, la orden era muy pobre, y que tal vez podría donarle 1000 ducados para terminar la construcción del altar.
Morgan se echó a reír exclamando «¡este lego es más pirata que yo!». Divertido por la ocurrencia del fraile, le donó el dinero (que no dejaba de ser parte de las ganancias rapiñadas).
A día de hoy, el altar de oro sigue en su sitio gracias a la astucia y coraje del fraile Juan.
Panamá arde
La cosa se va de madre, como no podía ser de otra forma. El pirata Morgan ha dado orden a los hombres de no emborracharse, para evitar posibles contraataques; difícil, muy difícil.
Imagínate… no sé… que hay una pandemia del copón y para evitar contagios se limitan las actividades sociales, lo que implica cerrar bares y discotecas, o sea, impidiendo a la gente salir a beber a partir de cierta hora. Vaya situación más improbable, ¿verdad? ¿Te imaginas la que se liaría? Miles de personas desesperadas por no poder ponerse hasta arriba de copazos. Un escenario casi apocalíptico.
Vale, basta de ironías.
Ahora imagina decirle eso a un puñado de hijos de perra, armados y poco disciplinados, que llevan días penando por la selva y pegándose con españoles e indígenas, que tienen mucha hambre y mucha sed, y que acaban de conquistar una de las ciudades más codiciadas del Caribe español.
En fin, nunca sabremos si la orden en cuestión se acata en mayor o menor medida, pero lo que sí es seguro es que el saqueo empieza. Se hacen varios prisioneros; se intenta matar al menor número posible, porque los muertos no pueden ser torturados y confesar dónde tienen escondidas sus pertenencias o pedir rescate por ellos. Y se van amontonando las ganancias del botín. Que por cierto, son cuantiosas pero menos de lo esperado.
Y de pronto, Panamá empieza a arder.
¿Son los furiosos piratas, contraviniendo la orden de no destrozar la ciudad?
No, recordemos que la intención original era la de anexionarse la ciudad para su graciosa majestad. Ha sido el gobernador Guzmán, que ha prendido fuego con un triple objetivo: reducir el expolio de metales preciosos (si una casa arde no te vas a poner a buscar en sus escondrijos tesoros ocultos), que los piratas no tengan ganas de quedarse la ciudad, y cubrir la retirada, tanto de las tropas como de los tesoros salvados.
Para ello, hacen circular el rumor de que se lo han llevado a la cercana isla de Taboga, pero es un señuelo: un barco ha zarpado rumbo a Ecuador con lo que se ha podido rescatar.
Morgan no debe estar muy contento. Cuando por fin se sofocan las llamas y se controla la situación, prosigue el saqueo, pero el botín final es mucho menor de lo esperado. Se suceden las torturas a los pobres infelices supervivientes (nada nuevo en su modus operandi), y se envían expediciones a los alrededores para intentar rapiñar algo más.
Pero pasado un mes, parece evidente que los piratas no van a obtener nada más de allí. Al menos, Henry Morgan intenta llevarse un premio de consolación…
La leyenda de la Santa Roja
Circula la leyenda de una mujer de extraordinaria belleza que habita en Panamá, conocida como la «Santa Roja».
Y efectivamente, encuentran entre los prisioneros a una mujer que deja al pirata Morgan sin aliento. ¿Es la misma de la que se habla allende los mares? Qué importa. Buscaba una mujer legendaria y parece haberla encontrado. Se trata de la esposa de un rico comerciante que se encontraba fuera por negocios durante la toma de Panamá.
Al principio, Morgan intenta cortejarla estando cautiva. Pero la dama en cuestión no parece por la labor de dejarse seducir. Ante la negativa, el pirata recurre a amenazas de tortura y a maltratarla en prisión (no queda claro si pasa a mayores), pero ésta sigue firme en su rechazo.
Sea como fuere, la leyenda nos llega como un fracaso del pirata, que de alguna forma ha podido conquistar la taza de oro pero no disfrutar de su premio.
Regreso del pirata Morgan a Jamaica
La expedición ha sido un éxito, eso resulta innegable: se ha tomado la taza de oro, por primera vez, y se vuelve a Port Royal con un cuantioso botín y un número de bajas aceptables. 175 mulas cargadas de plata y oro, y 600 prisioneros, incluida la Santa Roja, que supondrán sendos rescates o, en su defecto, esclavos.
¿Por qué regresa, si no eran las órdenes establecidas? No se sabe. Los piratas quieren continuar con el saqueo y atacar otras localizaciones cercanas, pero Morgan ha tenido suficiente. Lo más probable es que la destrucción producida por el incendio fuese la causante de la decisión. Eso, y la frustración del pirata.
Y es que en realidad Morgan no debe estar muy contento, y el gobernador Modyford tampoco. El primero se ha quedado con las ganas de hincarle el diente a la Santa Roja, que finalmente es liberada previo pago del rescate, y esperaba volver con más riquezas de las que trae; y el segundo no ha conseguido el objetivo original de ampliar los dominios británicos, que a buen seguro habría supuesto para él algún ascenso nobiliario.
En su lugar, Modyford terminará encerrado durante dos años en la torre de Londres (medida tomada por Inglaterra para apaciguar las protestas de los españoles) antes de volver a Jamaica. Morgan también será llamado a Inglaterra, pero dada su hazaña se le va a tratar bastante bien, de hecho será nombrado caballero (así son los ingleses) y volverá a Jamaica como gobernador.
Ironías del destino, Morgan colgará por piratería a muchos filibusteros que se niegan a abandonar sus actividades. Contra todo pronóstico, pues no deben faltarle enemigos, Morgan morirá de forma natural casi 20 años después, en 1688, en su querida Port Royal, con las tripas llenas de alcohol y una buena lista de excesos a sus espaldas.
Sus restos descansas bajo las aguas, sin embargo: la destrucción de Port Royal por un maremoto, que muchos (sobre todo los españoles) atribuyen a un castigo divino, sepultará su supuesta tumba en los infiernos marinos. Donde debe quedarse.
La taza de oro, de John Steinbeck
Si te hablo de John Steinbeck, ni idea, ¿no? No te preocupes, a mí me pasaba. ¿Y si te digo que es el autor de Las uvas de la ira y que ganó el premio Nobel de literatura?
Pues bien La taza de oro fue su primera novela, y está centrada en la vida de Henry Morgan.
Es una revisión histórica con mezcla de fantasía, ya que muestra a Morgan como una suerte de Arturo en busca de un sueño (la taza de oro, en clara referencia al Grial, y la Santa Roja, en referencia a… ¿la sangre?). Morgan se ve influenciado por el mismísimo Merlin para acudir a las américas en busca de aventuras y seguir sus sueños.
Obviamente es un relato muy parcial, en el que Morgan es el héroe y no el hijo de perra asesino, ladrón y torturador que realmente fue. Y los españoles son meras parodias que básicamente pierden la batalla por no prepararse y en su lugar dedicarse a celebrar misas.
Pero si obviamos este punto de vista, la verdad es que es un relato maravilloso de la persecución de los sueños personales y la frustración que, en ocasiones, nos da la vida al alcanzarlos. Puedo imaginarme a Steinbeck leyendo el libro de Exquemelín y pensando cómo contar la historia de Morgan desde otro punto de vista.
Curiosamente la novela no tuvo muy buena acogida en su momento. Yo puedo decir que es muy ligera y un gustazo de leer. Me la he leído dos veces.
Si queréis saber más, recomiendo este artículo de Gabriel Romero de Ávila. Muy interesante.
¿Te ha gustado el artículo? ¡Me alegro! Pues a cambio, puedes hacerme un sencillo favor:
- Suscríbete a la Newsletter. Es fácil, gratis, y te puedes dar de baja cuando quieras.
- Compártelo en las redes sociales. Un simple clic en el icono correspondiente.
- Deja un comentario. ¡Los respondo todos!