Tarik ibn Ziyad termina sus oraciones. Encomienda su espíritu a Alá, pues sabe que la batalla que le espera va a ser muy difícil. Mira al río Wadi Lakka, que pronto se teñirá de sangre.
Frente a él, los ejércitos de Roderico aguardan. Son más numerosos y combaten en su terreno. Pero Tarik sabe lo que hace: confía ciegamente en su caballería ligera, así como en el hecho, que ya ha podido comprobar de primera mano, de que los godos no están acostumbrados a sus tácticas.
Además, se guarda un as en la manga. Está a punto de cambiar la historia.
Recientemente tuve ocasión de presentar en Madrid mi primera novela, La Rebelión del Norte. Y me di cuenta de que, aunque ya he hablado un poco por encima de la batalla de Guadalete en el artículo dedicado a Don Pelayo, hay muchas cosas interesantes que se quedaron en el tintero.
Creo que merece la pena dedicarle unas líneas más en profundidad. Empezando por las leyendas que rodean a la llegada de los musulmanes.

La leyenda del Palacio Encantado
Existe cierta tradición por la cual los reyes godos, cuando accedían a su puesto, acudirán al «Palacio de Hércules», un fastuoso palacio de mármol y jade, de tal forma que visto desde fuera brillaba como si fuese de cristal, muy alto y majestuoso. Este palacio estaría a media legua de la población (de Toledo).
Dicho palacio habría pertenecido al rey Hércules, que entre otras cosas era adivino y había predicho las desgracias que amenazaban el futuro de «España» (lo entrecomillo porque en aquella época no existía tal concepto de España). Su orden para todos los reyes era que no fisgasen en las maravillas que contenía, y para ello, debían colocar un candado en la puerta, como símbolo de no querer entrar en el mismo.
Pues bien, a comienzos del siglo VIII acaba de ascender al trono el rey Roderico (al que hoy conocemos como Rodrigo). No está claro cómo se hizo con el poder, pero todo apunta a que fue de forma violenta, eliminando (probablemente asesinando) al anterior rey, Witiza, lo que provocó que buena parte de la nobleza, afín a éste, no acogiese con buenos ojos a Roderico.
El caso es que Roderico, según esta leyenda, no es fiel a la tradición. En su lugar, llevado por la curiosidad, por la codicia, o por ambas, decide romper los candados (treinta había ya) y penetrar en el Palacio de Hércules.
Allí encuentra tres salas. La primera contiene una talla de un lecho lujoso con un hombre tumbado en él, fornido y bien armado, que tiene un brazo levantado sosteniendo un papel, con las siguientes palabras:
Tú, tan osado que este escrito leerás, mientes quién eres y cuánto mal vendrá por ti; que así como por mí fue poblada y conquistada España, así será por ti despoblada y perdida; y quiérote decir que yo fui Hércules el Fuerte, aquel que toda la mayor parte del mundo conquisté y a toda España.
Roderico, lejos de atemorizarse, continúa adelante y entra en la segunda sala, de tamaño y forma similar a la primera. En ella, en una esquina se encuentra una estatua de un gigante con una maza, en postura de querer atacar el suelo. Y en el extremo opuesto, un grabado en la pared que dice así:
Por extrañas naciones serás desposeído y tus gentes malamente castigadas.
También la estatua del gigante está grabada, con estas enigmáticas palabras:
A los árabes invoco. Mi oficio hago.
Finalmente, Roderico y sus hombres entran en la tercera sala. En sus paredes se ven diversas escenas dibujadas con piedras preciosas engarzadas. Y en una de ellas, una pequeña puerta tras la cual figura una pequeña arca, dorada y adornada con diversas gemas, y cerrada con un candado de oro. Roderico, creyendo que al fin ha encontrado el tesoro del rey Hércules, lo abre. Pero su decepción es mayúscula, pues dentro tan sólo hay un paño con una ilustración.
En ella se ven figuras con túnicas, portando espadas con forma de media luna, estandartes y pendones, a lomos de sus caballos blancos. Y bajo la figura, estas palabras:
Cuando este paño fuere extendido y parecieren estas figuras, hombres que andarán así armados conquistarán a España y serán de ella señores.
Es en ese momento cuando la estatua de la estancia anterior cobra vida y comienza a golpear el suelo con furia. Roderico y los suyos, espantados, salen a toda prisa del palacio, justo a tiempo para ver cómo éste se colapsa y queda reducido a una ruina, sus tesoros perdidos para siempre.
Esta curiosa leyenda resulta interesantísima, en mi opinión. Para empezar, muestra a Roderico como ambicioso e indigno de su puesto, y como culpable directo de la invasión de los árabes, por lo que es probable que en su momento fuese contada por partidarios de Witiza.
También contiene elementos sobrenaturales que probablemente tengan origen en el judaísmo: la estatua gigante bien podría ser un gólem. Además hay algunas versiones en las que el palacio reposaría sobre cuatro leones dorados, y la legendaria Mesa de Salomón estaría dentro de este palacio. Hay que recordar que, por aquella época, los judíos estaban bastante hartos del gobierno de los visigodos, motivo por el que, en primera instancia, recibieron con los brazos abiertos a los musulmanes, que en un primer periodo resultaron transigentes con otras religiones (previo pago del correspondiente impuesto).
Por último, es interesante mencionar que esta leyenda aparece por primera vez en las crónicas de Ibn al-Qutiyya, de finales del siglo X, en las que se presenta a los musulmanes como una continuidad natural de los gobernantes peninsulares tras los pactos con los witizanos. Recordemos también que los musulmanes tenían un amplio respeto por la cultura griega, y así se explicaría el origen del nombre de Hércules para este palacio.
Sea como fuere, la leyenda toma visos de realidad si tenemos en cuenta que sí existen las llamadas cuevas de Hércules en Toledo, unos espacios subterráneos de origen romano en la calle de San Ginés. Parece ser que, aunque estas cuevas ya no tienen salida, ésta podría haber estado orientada hacia la cercana localidad de Mocejón, donde se encuentran otras cuevas de bastante mayor amplitud, éstas datadas en el 4000 a.C. Por desgracia están en una finca privada, así que cualquier investigación al respecto está descartada.

La leyenda del Conde Don Julián
Parece ser que en Ceuta gobierna un tal Don Julián, que ha enviado a Toledo a su hija Florinda la Cava, con el objetivo de ser educada en la corte y, a ser posible, encontrar marido bien posicionado.
Una vez en Toledo, Recaredo viola a Florinda. Hay dos versiones de la leyenda: en una de ellas se explica que Recaredo tiene sarna, y es Florinda la que asume la tarea de limpiarle con un alfiler de oro, lo que provoca la lascivia del rey; en otra versión, Recaredo vislumbra a Florinda dándose en un baño, y prendado de su belleza la corteja, pero sin que ésta le corresponda, lo que lleva a la posterior violación («la cava» significa «mala mujer» para los musulmanes, que la llaman así por haberse bañado desnuda en público).
Florinda vuelve con su padre y le cuenta lo sucedido. Don Julián entra en furia y promete vengarse, pactando con el gobernador de África (Ifriquiya, como llamaban los musulmanes al norte del continente), Musa ibn Nusair, y le propone unirse a él (y a otros visigodos fieles a los witizanos) para invadir la península, enfrentándose a Roderico, a cambio de un cuantioso botín.
Ésta es la explicación oficial que dan los musulmanes. Pero en el estudio de Álvaro Marcos Pérez, Septem en la tardoantigüedad (no pongo el enlace porque ya no puedo encontrarlo), se explica con bastante verosimilitud que el tal Don Julián probablemente no existió nunca, al menos no con ese nombre.
La realidad es que Ceuta estaba bajo el vasallaje de la corona de Toledo desde sólo hacía 35 años antes de Guadalete, pues en esa fecha había sido arrebatada al Imperio bizantino, con lo que la lealtad de sus dirigentes sería como mínimo cuestionable. No es difícil imaginarse a los ceutíes completamente rodeados por el pujante Imperio Omeya, poco dispuestos a jugarse el tipo por el reino de Toledo. Musa ya tenía un potente ejército a su mando, y evidentes intenciones de expandir el califato Omeya por Europa.
Según fuentes musulmanas el gobernador se llamaba Ilyan, que podría venir del término árabe para designar Algeciras (Al-Yazira Al-Jadra). En esta línea, también hay quien dice que el nombre viene del título de Comes Iulianus, o señor de Algeciras, cuyo nombre romano era Iulia Trasducta. O sea, Julián.
Así que probablemente el gobernador de Ceuta se limitó a pactar con Musa para facilitar el desembarco en la península. Lo de Florinda suena a excusa para desprestigiar a Roderico (pero nunca se sabe).

La batalla de Guadalete
Resumiendo la situación, tenemos a Roderico recién ascendido al trono batallando contra los vascones en Pamplona, que se han rebelado. Es curioso cómo ambas leyendas le culpan directamente de la llegada de los musulmanes como castigo a su ambición, lascivia, o cualquier otra cualidad deplorable.
Vaya por delante que la Historia tampoco deja en muy buen lugar a Witiza, que al parecer pudo dejar ciego al padre de Roderico, y matar a bastonazos a Favila, el dux Asturiensis y padre de Don Pelayo. Siembra vientos y recogerás tempestades, que suele decirse.
El caso es que más allá de colocar etiquetas de héroes y villanos, el reino visigodo de Toledo está claramente dividido.
Y tenemos a los musulmanes desembarcando a 7000 hombres tras el monte Calpe, hoy llamado Gibraltar (Yêbel at-Tarik: montaña de Tarik) en honor al general que los comanda, Tarik ibn Ziyad.
Tarik encuentra cierta oposición de los gobernantes béticos, pero los despacha sin demasiados problemas y se dedica a saquear la zona, tomando Algeciras como centro de operaciones. Animados por el éxito, Musa envía otros 5000 hombres de refuerzo.
Roderico es avisado y atraviesa la península con todo su ejército, solicitando todos los refuerzos posibles. Y así, aunque no es segura la localización exacta de la batalla, la tradición dice que a orillas del río Guadalete (al que los musulmanes llaman Wadi Lakka), se enfrentan ambos ejércitos.
No está claro lo que sucedió allí. Tampoco las cifras, que como suele suceder están exageradas por los cronistas. En lo que sí parece haber consenso es en el hecho de que Roderico contaba con superioridad numérica, y en que ésta no fue suficiente porque algo sucedió en el transcurso de la batalla. Las alas, comandadas por los hijos de Witiza, se retiraron en un momento dado; ya sea por traición (probablemente) o por haber sido superados por la caballería ligera bereber. Y con su retirada las tornas cambiaron, Roderico fue pronto rodeado y sus fuerzas destrozadas.
No se tuvo más noticia de Roderico. No apareció su cadáver, pero sí su caballo muerto. Sin saber qué fue de él, se ha encontrado una placa en Viséu (Portugal) en la que reza la siguiente frase:
Aquí yace Rodrigo, último rey de los godos.
Aunque muy lejos de la zona en cuestión, es bastante creíble, pues la zona más occidental de la península estaba mayormente controlada por partidarios de Roderico, mientras que la zona más oriental pertenecía a los witizanos.
El caso es que Tarik destrozó a los godos. Aquel fue un punto de inflexión, la primera de una larga serie de victorias musulmanas que, a la postre, determinarían el control de toda la península. Los supervivientes de la batalla se reagruparon en Écija, pero los refuerzos bereberes ya eran constantes, y sin liderazgo ni cohesión alguna, los godos apenas pudieron presentar alguna resistencia.
Era el final del reino godo de Toledo.

Consecuencias de la batalla de Guadalete
Todas.
Pese a ser poco conocida en general, es posible que ésta sea la batalla más determinante de la historia de España. Y dado el papel que España ha jugado en la historia universal, no es demasiado exagerado decir que, por extensión, puede que sea la más determinante de la historia. Porque todo lo que vino después es resultado de esta batalla.
Dicha importancia no radica en el número de combatientes, sino en el hecho de que marcaría el origen del dominio musulmán sobre la Península Ibérica, un dominio que estaría completo en menos de cuatro años, merced a una increíblemente exitosa campaña liderada por el supergeneral Tarik y por su señor Musa, cimentada en una victoria tras otra y en una inteligente política de pactos.
Un dominio que, aunque disputado, duraría la friolera de 7 siglos, más tiempo del que ha dominado la península cualquier otro imperio, incluyendo el romano.
No tardarían los cristianos en rebelarse contra sus nuevos señores, pues apenas 10 años después de Guadalete, en la costa cantábrica, cuajará una rebelión que dará lugar al primer reino cristiano consolidado, el de Asturias, que a su vez será el germen del nacimiento de nuevos reinos. Su expansión en un conflicto constante (también entre ellos) dibujará el mapa que sirve de base al modelo de nuestros días. Pero eso es otra historia (que empieza aquí).

Bonus: La leyenda de la mesa de Salomón
Tras Guadalete, y ya con Musa y un buen número de refuerzos, el ejército musulmán se dividía en dos, avanzando de forma imparable. Musa sabía que la clave de la victoria era tomar Toledo, su estrategia estaba muy clara (de ahí que no es creíble que los musulmanes llegasen para apoyar a una facción de los godos: su plan fue quedarse con todo el pastel desde el principio).
Toledo caía sin apenas resistencia en diciembre del mismo año. El resto del reino, ya descompuesto, caía como un castillo de naipes, bien por la fuerza de las armas, en los casos en los que presentasen resistencia, o bien mediante una serie de pactos.
Pero Tarik, sabiendo que era el segundo al mando y que sólo se llevaría las migajas, de forma muy inteligente decidió adelantarse a Musa y, según la tradición, fue a Toledo apenas unas semanas después de Guadalete. Lo que vendría a demostrar que estaba en buenos términos con los witizanos.
Allí hizo inventario del tesoro de los godos. Y dentro de este tesoro estaba la legendaria mesa de Salomón. Lógicamente no podía llevársela, pero para demostrar que él era el primero en haber llegado allí, le arrancó una pata, dejando en su lugar otra de madera.
Cuando años más tarde Musa y Tarik daban cuenta del botín ante el sultán en Damasco, Tarik acusaría a Musa de malversación, y para ello sacaría la pata de la mesa como prueba. Musa fue condenado a muerte por el sultán Suleimán, aunque dicha pena fue conmutada a cambio de una considerable suma. De nada le serviría, pues moriría asesinado en el 718. También Tarik murió pronto y, según se dice, bastante pobre. Triste final para dos personajes tan importantes.
Os recomiendo este artículo donde se trata con mucha más profundidad el asunto de la mesa.
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