El vino y las mujeres drenan su riqueza en un grado tal que algunos de ellos llegaron a ser reducidos a la mendicidad. Se han sabido perder 2 o 3 mil piezas de a ocho en una sola noche; y uno dio a una prostituta 500 para verla desnuda. Una vez compraron una pipa de vino, la colocaron en la calle y obligaron a beber a todo el mundo que pasaba.
Charles Leslie
Sí, me gustan los piratas. Sí, otro artículo sobre piratas.
En esta ocasión hay que dedicarle el espacio que se merece la isla pirata por excelencia. No, no hablo de Tortuga, pese a la fama que pueda tener gracias a películas y libros varios. La isla de la que hablo es Jamaica, por supuesto, y la ciudad, Port Royal, fue el refugio de los piratas más famosos y sanguinarios del Caribe.
Merece la pena echarle un vistazo a su historia.

Jamaica
Cuando Colón llegó a la isla en 1494, lo hizo buscando lo que los nativos llamaban Xaymaca, que significa «oro bendecido». Por desgracia para los españoles, no había tal oro, sino bauxita, una roca sedimentaria con alto contenido en aluminio.
No obstante, el lugar era precioso, la localización era estratégica, y la conquista imparable. Así que desde ese año pasó a formar parte de las posesiones españolas en el Nuevo Mundo. Y ya puestos, la bautizaron como la isla de Santiago.
Fue un largo dominio, pese a los enconados intentos de las potencias enemigas de España para hacerse con el control. Hasta el fatídico año de 1655.
Lord Cromwell y el Western Design
Cromwell, Lord Protector de Inglaterra, Escocia e Irlanda, y en la práctica dictador absoluto de la Commonwealth británica, tenía la firme intención de disputarle las Américas a España. Así que diseñó un plan para ello, que llamó el Designio Occidental.
Éste fue el origen de la guerra anglo-española del 1655 al 1660, así como de la maldita Leyenda Negra que aún hoy tanto daño hace.
El objetivo, por supuesto, era establecer una base británica sólida en el Nuevo Mundo. Ya que la que tenía en la isla de Providencia había sido neutralizada por los españoles en 1643. A tal fin, en la navidad de 1654 partió de Portsmouth una potente flota compuesta por 18 navíos de guerra, 20 transportes y 3000 hombres. Al mando, el almirante William Penn y el general Robert Venables. Hay que destacar que esta flota partió sin haber declarado la guerra a España. Sin comentarios.
En esa expedición, por cierto, viajaba el entonces desconocido Henry Morgan, que iniciaba así su sangrienta carrera piratesca.
El objetivo era la isla de la Española (hoy Santo Domingo).

La defensa de la Española
Es curioso (o tal vez no tanto, después de todo) que no se sepa casi nada de esta batalla.
Estamos hablando de una flota invasora muy potente que tenía como objetivo una de las principales plazas españolas en el Caribe.
¿Qué ocurrió allí exactamente? Lo ignoro, pese a que he intentado documentarme. Lo que sí sé es que al mando de las tropas españolas estaba don Juan Francisco de Montemayor, un notable jurista y magistrado español que tiene entre sus méritos la fortificación de la Española, la pacificación de los amerindios, que amenazaban con sublevarse, y la conquista de la isla de la Tortuga (ahí es nada). Que precisamente tuvo que abandonar para reforzar las defensas ante el inminente ataque inglés. Después sería sustituido por Bernardino Meneses, conde de Peñalva (en cuyo honor recibe hoy el nombre la Puerta del Conde en Santo Domingo).
Detalles desconocidos aparte, el resultado es que el ataque fue repelido. Los ingleses se reorganizaron… ¡y volvieron a intentarlo! Siendo de nuevo expulsados a patadas.
El 14 de mayo abandonaban la isla de la Española, renunciando al propósito original. Esto dejaba a los ingleses en una difícil tesitura: en medio del mar, dominado por los españoles, y sin un rumbo claro, habiendo fracasado en su objetivo original.
¿Dónde podrían ir?
La fundación de Port Royal
A Jamaica. De todas las «grandes» islas de la zona, Jamaica era sin duda la peor defendida.
También ignoro los detalles de esta conquista, pero al parecer no debió ser precisamente un paseo por el campo para los ingleses, agotados y empezando a pasar penurias por enfermedades.
Poca gloria se llevaron Penn y Venables, pues a su vuelta a Inglaterra acabarían encerrados en la Torre de Londres «por abandonar sus puestos», aunque probablemente más bien fuese por el fracaso militar de la expedición.
No obstante, Jamaica pertenecía ya a los ingleses. La Corona española, cuyo Imperio poco a poco se desmoronaba, no encontraba motivos de peso para disputarle la isla a la Pérfida Albión, así que terminaría por renunciar a su soberanía. Y hasta hoy.
No quiero quitarle ni un ápice de mérito a los ingleses, la realidad es que se pusieron manos a la obra rápidamente. Los esclavos empezaron a llegar en cantidades masivas: eran necesarios para el cultivo del azúcar, de la que Jamaica se convirtió en principal exportadora mundial durante dos siglos.
Así, el mismo año de su conquista, los ingleses fundaron la ciudad de Port Royal.

Port Royal, la Sodoma del Nuevo Mundo
El lugar para la fundación de la nueva base británica fue un recodo defendido por una gran barrera de arena. Craso error, como se verá más tarde, porque al parecer la base de la ciudad también era de arena.
En apenas tres años ya tenían un fuerte y 200 edificios. Su población estaba en la práctica totalidad compuesta por piratas y prostitutas, con un pequeño espacio para taberneros (alguien tiene que darle de beber a esos borrachos) y poco más.
Es por ello que adquirió muy pronto una terrible y merecida fama. La Sodoma del Nuevo mundo, como se la conocía en los dominios españoles, o la ciudad más malvada de la Tierra.
El crecimiento del número de piratas fue exponencial, no en vano se conoce a esta época como la edad dorada de la piratería. Las patentes de corso casi se regalaban, una excusa para legalizar lo que no dejaban de ser asaltos de toda índole.
Port Royal se convirtió rápidamente en una ciudad muy rica, pero también en un antro de perdición. No debía ser nada agradable, creo yo, vivir en medio de toda esa chusma. Aunque tenemos una idea muy romántica de las «ciudades piratas», idealizada por el imaginario cinematográfico, de videojuegos, etc., me imagino que todo el mundo debía dormir con un cuchillo en la mano y otro bajo la almohada.
Por allí desfiló la flor y nata de la piratería caribeña. Bartholomew Roberts, Rock el Brasileño, John Davis, Edward Mansveldt (almirante de los Hermanos de la Costa)… Y por supuesto Henry Morgan, el pirata más célebre.
Morgan asaltó con éxito la «taza de oro»: Panamá (imprescindible la novela homónima de John Steinbeck, bastante parcial pero muy hermosa), además de Portobelo y Maracaibo. Aunque fue «castigado» tras las correspondientes reclamaciones españolas, siendo llevado de vuelta a Inglaterra, allí recibió el título de caballero por el rey Carlos II, y el cargo de teniente gobernador de Jamaica.
Curiosamente, bajo el férreo mando de Morgan la piratería se resintió bastante. Llegó a ahorcar a varios antiguos camaradas de correrías, siendo sin embargo muy laxo en otras ocasiones. Su gobierno duró sólo 3 años, después se dedicó a beber todo lo que se le puso por delante en su querida Port Royal, donde moriría en 1688. Con Morgan, de alguna manera, moría toda esa época.

El gran terremoto
Porque apenas cuatro años después de la muerte de Morgan, Port Royal fue sacudida por un tremendo seísmo. Dos terceras partes de la ciudad se fueron a tomar por saco. Parece ser que los cimientos, sobre bancos de arena, no aguantaron nada bien el temblor de 7,5 grados.
Murieron 2000 personas, la tercera parte de la población más o menos. Y quedaron heridas otras 3000. Se dice, se comenta, que incluso durante los temblores no cesaron los saqueos. Tremendo.
Castigo divino, lo llamaron los españoles. Tal vez lo fuese.
El caso es que Port Royal nunca volvió a recuperarse de semejante golpe. Lo que sobrevivió fue pasto de las llamas en 1704, y los intentos de reconstrucción fracasaron por el azote de diversos huracanes. Definitivamente Dios no estaba dispuesto a permitir que resurgiese de sus cenizas. En 1907 volvió a sufrir otro terremoto y a hundirse en las aguas.
Hoy en día apenas es una aldea de 2000 habitantes que se dedican a la pesca y al cada vez más lucrativo negocio del turismo, ya que los restos rescatados del mar y la fama que tuvo la ciudad suponen un atractivo turístico innegable: la presencia de una ciudad pirata hundida y bastante bien conservada bajo las aguas.

¿Y qué pasa con Tortuga?
No he hablado casi nada de Tortuga, que en el imaginario piratesco es la ciudad pirata por excelencia.
Lo cierto es que lo fue, antes de la fundación de Port Royal. Tras la toma de los españoles y la destrucción de Fort Rocher, aunque volvió a manos francesas, ya nunca se recuperó. Poco después se fundaría Port Royal, y concentraría todos los esfuerzos del filibusterismo caribeño.
Hay mucho que decir de Tortuga, por supuesto. Su historia también es apasionante, y también empieza, por cierto, con Colón, que fue quien le puso nombre tras observar la forma de sus montañas.
Pero eso lo dejo para otro artículo. O mejor… para otra novela.
Buscando a Moloney
Sí, amigos, mi segunda novela ya ha visto la luz. Tres años después de la publicación de La Rebelión del Norte (me ha costado, sí), aquí la tenemos.
Y como no podía ser de otra manera, Tortuga tiene su lugar en ella. Y es muy destacado.
Éste es el principal motivo por el que tan sólo he dejado algunas perlas de su historia en este artículo. No quiero hacerme spoiler a mí mismo.
Si queréis saber más, en Mis libros lo podéis leer. De momento se vende en exclusiva en Amazon, pero si alguien quiere un ejemplar firmado y dedicado lo puede adquirir a través de mi tienda.
¡Espero ansioso vuestros comentarios!
¿Te ha gustado el artículo? ¡Me alegro! Pues a cambio, puedes hacerme un sencillo favor:
- Suscríbete a la Newsletter. Es fácil, gratis, y te puedes dar de baja cuando quieras.
- Compártelo en las redes sociales. Un simple clic en el icono correspondiente.
- Deja un comentario. ¡Los respondo todos!