Ya he hablado en otras ocasiones de los piratas del Caribe. Es un escenario que siempre me ha fascinado, fundamentalmente por su componente aventurero, con un toque romántico (esas playas paradisíacas, esos anocheceres en el Caribe, esas casas coloniales) y con fantásticas historias de tesoros, damiselas en apuros y audaces combates.
Una enorme falacia.
Yo, como todo el mundo, también he caído en la trampa de la Leyenda Negra que nos ha vendido el mundo anglosajón. Me he tragado decenas de películas, libros y videojuegos en los que se nos presenta a los piratas caribeños como almas libres y aventureras, simpáticos truhanes cuyo gran mérito fue hacerle frente al todopoderoso (y malvado) imperio español, más como bribones con un punto de nobleza que como lo que verdaderamente fueron: asesinos, violadores y ladrones sin escrúpulos.
Ese bombardeo cultural nos llega desde hace siglos. Concretamente desde el siglo XVII, cuando un contemporáneo de la época, alguien que lo vivió de primera mano, pues fue un pirata más, que sabía escribir y que quiso hacerlo, nos dejó un completo tratado en el que registró con pormenorizado detalle todo lo sucedido en sus años de aventura y saqueo.
Es gracias a Exquemelín que hoy conocemos tan rico detalle. Su libro, Bucaneros de América, es un tesoro que cualquier fan del género debería leer.
Alexandre Olivier Exquemelín
Exquemelín fue un pirata más, como digo. Curiosamente poco conocido, cuando en mi opinión debería ser el más famoso de todos, por varios motivos.
El primero de ellos, por haber acompañado a «los grandes». Exquemelín navegó a las órdenes del Olonés y de Morgan, probablemente los dos piratas caribeños más sanguinarios y exitosos, sobre todo el segundo. Si son los más famosos, lo son, en parte, gracias a las memorias de Exquemelín.
El segundo, por haber sobrevivido. No todos pueden decir lo mismo, empezando por el mismo Olonés. Exquemelín pudo volver a su Francia natal y morir a los 71 años. Y no fue precisamente por evitar la acción, ya que estuvo presente en algunos de los saqueos más importantes de la historia de la piratería, como los de Maracaibo, Gibraltar y Panamá. Ignoro si fue un diestro combatiente, pero sin lugar a dudas fue un superviviente.
Y en tercer lugar, tal vez el motivo más importante: por saber escribir, con todo lo que ello implica. No estamos hablando de un patán sediento de sangre y alcohol (o tal vez sí, pero en ese caso lo supo compatibilizar con su faceta más ilustrada), sino de alguien que prestaba atención a los detalles, que sabía relatar lo que veía y que tenía curiosidad y ganas de aprender, como se muestra en el texto del que vamos a hablar ahora, y como se demuestra por el hecho de haber aprendido el oficio de cirujano, que tal vez por aquella época se limitase a cortar, serrar y vendar, «aprieta este palo con los dientes mientras te opero«, pero que ya era mucho más de lo que sabía hacer el resto, requería cierta práctica y conocimientos, y aportaba confianza y respeto a los pacientes.
Exquemelín se enroló en la Compañía de las Indias Francesa para dedicarse al negocio de los esclavos, en 1666, cuando su barco fue asaltado por piratas. Si se unió a ellos de forma voluntaria o forzosa, no está claro. El caso es que terminó en Tortuga como matelot.
Un matelot era el término que se usaba para definir la relación entre dos piratas. «Pareja de hecho», sería la traducción más próxima en nuestros días. Era algo más que una hermandad: los dos piratas luchaban juntos, se cuidaban el uno al otro, y eran herederos el uno del otro, muchas veces con contrato de por medio. Las relaciones sexuales no estaban excluidas (es lo que tiene que en las islas caribeñas hubiese pocas mujeres europeas… y las nativas fuesen poco accesibles), e incluso si alguno de los dos piratas estaba casado, podían llegar a compartir a la mujer. El matelot era la parte más débil de la relación, donde «débil» puede significar muchas cosas: más joven, con menos recursos, o más débil físicamente.
Así que probablemente Exquemelín fue forzado a servir como criado (dando todo tipo de servicios) a un pirata concreto de Tortuga, y allí estuvo durante tres años, en cuyo periodo aprendió el oficio de cirujano. Después se enroló en la Cofradía de los Hermanos de la Costa, viviendo como el resto de piratas durante cinco años.
Volvió a Europa en 1674, momento en que aprovechó para escribir su libro, que se publica en holandés en 1678, pero algo debió echar de menos en el Caribe porque su nombre vuelve a aparecer en la lista de enrolados para el ataque a Cartagena de 1697, entre otros. Finalmente volvió a Ámsterdam. Era francés, pero al ser hugonote debió verse obligado a emigrar a Holanda.

Bucaneros de América
Aunque en sus diversas traducciones ha tenido otros títulos. Pero Bucaneros de América es el de la edición que tengo en mis manos (de El Club Diógenes, editorial Valdemar), así que así lo llamaré.
No puedo decir que este libro sea de lectura sencilla, al menos para los ojos de hoy. Estamos hablando de un texto de hace cuatro siglos, que dista mucho de tener una estructura y un lenguaje adecuados. Exquemelín sabía escribir, pero tampoco era Cervantes precisamente. No es una novela, pero tampoco se trata de un tratado de historia (hay frecuentes errores).
Sin embargo, la lectura sí es muy interesante. Contado en un tono familiar, como si un amigo nos estuviese contando su último viaje a las Américas mientras tomamos una cerveza. Con el lenguaje de la época pero sin resultar excesivamente farragoso.
Por supuesto resulta muy parcial. No es que trate a los españoles de villanos y a los piratas de héroes, más bien al contrario, si un pirata es cruel y malvado él lo dice claramente, pero tampoco se escandaliza por las atrocidades cometidas por éstos, e incluso en algunos casos las dulcifica un poco, restándoles importancia. Un ejemplo:
[…] los que no querían comer de esto debían morir de hambre, lo cual prefirieron, no estando sus estómagos acostumbrados a carnes tan aborrecibles; se exceptúan de esto algunas mujeres a las que los piratas regalaban para tomar con ellas los divertimentos sensuales, a los que están muy de ordinario hechos. Había entre ellas algunas forzadas y otras voluntarias, pero casi todas entregadas a ese sucio vicio más por hambre que por lascivia.
Vamos, que violaron a algunas, y a otras les dijeron que si querían comer y no morirse de hambre, ya sabían lo que tenían que hacer.
El nivel de detalle con algunas cosas es asombroso. Como la fauna y flora que se va encontrando en el Caribe y los usos que les da la población. O como la descripción de algunas fortificaciones, o las costumbres de los cazadores y plantadores. Pasa por alto otros detalles que tal vez al lector actual le habría gustado conocer, como determinadas tácticas o la descripción de algunos personajes. Pero en líneas generales asombra el retrato que hace todo lo que ve, mucho más rico de lo que yo me esperaba.
En definitiva, es un gran relato de lo ocurrido en aquella época y lugar, que tiene el valor multiplicado por el hecho de estar relatado de primera mano por un testigo presencial. Lo contará a su modo, pero lo que cuenta es cierto.
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