Sancho III reina sobre Castilla. Su padre, Alfonso VII el Emperador (pues era rey de León y de Castilla), ha muerto este verano. La corona de León ha sido para su hermano Fernando.
Pero el invierno es frío, y los presagios son funestos: los almohades se refuerzan cada día que pasa. Su ojo está puesto en Toledo, la capital del reino.
Sólo una ciudad fortificada se interpone en su camino: Calatrava. Si cae Calatrava, habrá que luchar a los pies de la vieja muralla toledana.
Sancho ha reunido a toda su corte. Necesita que alguien asuma la defensa de Calatrava. Recorre con la vista a todos los nobles y caballeros, pero nadie le sostiene la mirada. Nadie.
Sólo uno. Uno que da un paso al frente, con decisión y aplomo. No es un guerrero, sino un monje. Y ante la gran sorpresa de todos los asistentes, asume una responsabilidad que cambiará la historia.
Calatrava, ciudad frontera
Qal’at Rabat, como la llamaron los musulmanes al fundarla, que significa «fortaleza de rábida». Una rábida es un lugar destinado a los musulmanes que se dedican a la piedad y a la guerra santa (curiosas palabras, a menudo tan ligadas, pero con significados tan opuestos). O dicho de otro modo, es una fortaleza situada en un lugar fronterizo o de gran importancia estratégica, y al mismo tiempo un lugar de oración.
Calatrava, por tanto, parecía destinada a ser una sede para monjes guerreros, ya fuesen de una religión o de otra.
Nos encontramos en el año 1157. Hace ya medio siglo que ha sido tomada Toledo, la vieja capital goda, y el eterno conflicto entre moros y cristianos en la Península está en un punto de inflexión, aunque con la llegada (hace 12 años) de los almohades, nadie sabe hacia donde se va a decantar.
Precisamente hace 10 años, y en una expedición contra Córdoba, los castellanos se hicieron con Calatrava, así como con las plazas fortificadas de Alarcos (de la que ya hablaremos), Caracuel y Almodóvar. Y con esto, la frontera cambió.
Pues bajo poder de los musulmanes, la frontera estaba entre Toledo y Calatrava, pero al pasar a manos castellanas, se movió entre Calatrava y Sierra Morena. Por tanto, para el rey Alfonso VII era de vital importancia mantener Calatrava, como salvoconducto y primera línea de defensa de Toledo.
Así que hace lo más sensato: dársela para su custodia a alguien capaz de defenderla. Los poderosos caballeros de la Orden del Temple.
Los Templarios renuncian
Pero el empuje de los almohades es grande. El califato desea mantener su poder en Al-Ándalus y recuperar las posiciones perdidas. El objetivo, a medio plazo, es Toledo, por supuesto. La ciudad de referencia indiscutible. De alguna forma, quien controla Toledo va «ganando» en este peligroso juego de reinos.
Así que los legendarios Templarios deciden que no tienen capacidad de defender Calatrava. Y ocho años después de hacerse cargo de su defensa, la devuelven.
El rey Sancho III, que acaba de estrenar corona (su padre ha muerto en este verano de 1157), y que por cierto no le durará mucho (morirá el año que viene), se encuentra con un dilema de difícil solución. Si los Templarios no se ven capaces de defender Calatrava, ¿quién lo hará?
El califa Abd al-mumen se frota las manos mientras amasa a sus tropas. Calatrava es un caramelito que pronto estará en su poder de nuevo. Y desde ahí, será cuestión de tiempo que caiga Toledo. El reino castellano, aunque fuerte, está acosado por numerosos frentes (los cristianos también se pegan entre ellos), y no tiene capacidad para oponérsele.
La búsqueda de un defensor
Así, a finales del año 1157, Sancho III convoca a la corte con el objetivo de encontrar a alguien que defienda Calatrava.
Los heraldos recorren el reino pregonando que el rey convoca a la corte a todo noble, caballero o persona poderosa. La promesa es la siguiente: aquel que asuma dicha responsabilidad recibirá la villa en heredad para él y sus herederos, junto con todos sus términos, castillos y aldeas.
De modo que en Toledo se reúne la flor y nata del reino de Castilla y otros reinos aledaños.
Pero nadie parece dispuesto a dar un paso al frente. Normal: si los templarios no se ven capaces, ¿quién iba a serlo?
Entonces ocurre lo inesperado. Raimundo Sierra, abad del monasterio cisterciense de Santa María de Fitero (en Navarra), acompañado de un monje de su abadía, Diego Velázquez, que fue caballero y amigo de infancia del rey, y por tanto quien le ha facilitado el acceso a la corte, se presenta voluntario.
Es de suponer las risas y mofas de los caballeros allí presentes. Que no apostarían nada a la supervivencia del abad y de la ciudad de Calatrava. El propio rey debió llevarse las manos a la cabeza, buscando desesperado entre los presentes a ver si había alguna otra alternativa. «¿Nadie más? ¿No? ¿Seguro? A la de una… aaaa la de doooooos… dos y medioooooo…»
Pero no hay más alternativas. El rey tiene que hacer honor a su promesa, así que el día 1 de enero de 1158, en Almazán, dona Calatrava a la Orden del Císter, representada por el abad Raimundo.

Raimundo, defensor de Calatrava
Las caras de sorpresa de los templarios al ver entrar al abad Raimundo en Calatrava con cargo de Capitán General debieron ser un poema.
Al parecer, a la Orden del Císter no le hace ni puñetera gracia la ocurrencia de Raimundo, que no habría pedido permiso para aceptar la oferta de Sancho III. Recordemos que los propios templarios vivían bajo la regla cisterciense desde el concilio de Troyes de 1129.
Su desobediencia podría haberle costado alguna sanción. Pero ya no estamos hablando de un abad, sino del señor de Calatrava, con todo el apoyo del rey de Castilla.
La cosa no es tan trivial como pueda parecer: con su movimiento, Raimundo está dando origen a una orden religiosomilitar de origen exclusivamente hispano (los templarios tenían origen francés). Y aunque no tiene sentido hablar aquí de nacionalidades, el paso es grande.
Raimundo y Diego Velázquez no acuden solos a Calatrava, lógicamente. Parece ser que les acompañan varios seglarios cistercienses del monasterio de Fitero. Pero también muchos otros, animados por el arzobispo de Toledo, que ha prometido el perdón de los pecados a quien participe de la defensa de Calatrava.
Se estima que Raimundo pudo llegar a reunir unas veinte mil almas, dispuestas a poblar los campos y formar la milicia. Poca broma.
Y tan poca: lo cierto es que Raimundo lo gestiona bastante bien, creando una organización delineada como religiosa a la vez que militar (haciendo honor al nombre de la ciudad). Calatrava adquiere, así, una estructura defensiva de las más potentes en la franja cristiana.
Hasta el punto de que los musulmanes, viendo esto, deciden aplazar el ataque. Ya nadie se ríe de Raimundo de Fitero en la corte de Sancho III.

Nace la Orden de Calatrava
En 1163 muere el abad Raimundo, pero la semilla ya está plantada. Curiosamente, el mismo año muere el califa Abd al-Mumen, que nunca verá Calatrava retomada para el Islam.
Un año después, se confirma la fundación de la Orden de Calatrava, perteneciente al Císter, así como sus propiedades, y a don García como primer Maestre de la Orden.
Al parecer este proceso no es tan automático como debería. Los monjes cistercienses residentes en Calatrava habrían elegido al abad Rodolfo, uno de los suyos, pero los caballeros calatravos no quieren que un monje asuma el mando militar, así que imponen a don García, que no es clérigo, lo que provoca que varios monjes se vayan.
Pero finalmente, como he dicho, don García es refrendado con todas las de la ley. Y la ya oficial Orden de Calatrava comienza a dar sus primeros pasos.
Y ya está. En este artículo no hay grandes batallas ni valerosos hechos de armas, pero me parece que la fundación de la Orden de Calatrava es de lo más novelesco e interesante. Además de tener su importancia histórica, porque los hechos en los que participó esta Orden son de la mayor trascendencia.
De hecho, ya te adelanto que vamos a hablar largo y tendido de la Orden de Calatrava en próximos artículos. ¡Hay mucho que contar!
Bibliografía: buena parte de este artículo ha sido posible gracias al libro La Orden de Calatrava, de Jesús de las Heras, publicado por la editorial EDAF. Muy recomendable.
¿Te ha gustado el artículo? ¡Me alegro! Pues a cambio, puedes hacerme un sencillo favor:
- Suscríbete a la Newsletter. Es fácil, gratis, y te puedes dar de baja cuando quieras.
- Compártelo en las redes sociales. Un simple clic en el icono correspondiente.
- Deja un comentario. ¡Los respondo todos!