Me encantan las leyendas. Supongo que es evidente, si sigues este blog con frecuencia o me conoces un poco. Pero es que tenemos tantas y tan ricas en nuestra historia que hay que disfrutarlas.
La leyenda que traigo hoy no tiene nada grandilocuente, mágico, místico o misterioso. Pero me parece muy hermosa por su significado, y por lo que supuso para los siglos venideros.
Todo comienza con Almanzor.
Almanzor, azote de los reinos cristianos
Abu ʿAmir Muhammad ben Abi ʿAmir al-Maʿafirí, Almanzor para los amigos, provenía de una familia modesta, terrateniente pero sin llegar a ser parte de la nobleza. Descendiente de un tal Abd al-Málik, que se distinguió en la toma de Carteya (cerca de Cádiz) durante la invasión de Tarik, de la que ya he hablado sobradamente, por ejemplo aquí.
Almanzor estudió Derecho y Letras en Córdoba. Ingresó en la Administración estatal y fue progresando merced a sus méritos y su ambición. No voy a entrar en detalle porque no es el objetivo de este artículo, pero invito al lector a echarle un ojo porque da para una serie o novela, por ejemplo en la wikipedia.
Lo que nos importa es que el califato Omeya se vio inmerso en una compleja crisis sucesoria, que terminaría con Almanzor encumbrado como tutor de Hisham (el joven nuevo califa), jefe de la policía e inspector de la ceca. Y amante de Subh, la madre de Hisham, por cierto. O sea, en la práctica, la persona más poderosa en el califato.
Almanzor se fue quitando de en medio rivales políticos y militares populares a medida que afianzaba su poder e iba sumando victorias militares.
Especialmente interesante fue su enfrentamiento con el mítico general Gálib. Tras casarse con su hija en otro hábil movimiento de poder, terminó enfrentándose con el general cuando éste vio que Almanzor cada vez se apropiaba más del poder califal. Hasta el punto de que Gálib llega a aliarse con los reinos cristianos (a quienes tantas veces había combatido) para enfrentarse a su yerno. Pero Almanzor era imparable: el cadáver del viejo general fue descuartizado y mostrado en público en Córdoba.
Su golpe final fue la de aislar al mismísimo califa Hisham en su palacio: el califa era, y eso no había quien lo cambiase, el líder religioso, pero Almanzor se había convertido en el incuestionable líder político y militar.
Vamos, que se convirtió en un dictador en toda regla. Un personaje sobre el que no se puede escribir sólo un artículo. Su vida deja a la altura del betún la de cualquier personaje de Juego de Tronos.
Así que vamos a centrarnos en lo que nos importa.

Las aceifas de Almanzor
Una aceifa era una incursión militar. De hecho, en árabe se escribe al-ṣayfa, y significa «expedición bélica sarracena que se hace en verano».
No se trataba de simples expediciones militares, sino que adquirían un carácter religioso englobado en la Guerra Santa. El derecho malikí establecía como precepto la obligación de participar en estas aceifas cada año.
Almanzor era un fundamentalista además de un brillante estratega. Así que le sobraban motivos para aprovechar los veranos con las correspondientes aceifas. De hecho reformó el ejército y convirtió al califato de Córdoba en una máquina militar.
A lo largo de su vida realizó la friolera de 56 aceifas contra los reinos cristianos. Que por cierto, eran especialmente sangrantes porque en ese momento eran vasallos del califato (entregaban los correspondientes tributos, princesas incluidas). Pero para Almanzor dicho vasallaje consistía en su derecho a humillarles y disponer de ellos a placer. El vasallaje no les garantizaba en absoluto la paz.
No se libró nadie: León, Navarra y los condados catalanes, y por supuesto el condado de Castilla, que pronto sería un reino. Almanzor fue inclemente, un auténtico azote para la cristiandad.
Sin embargo, curiosamente la frontera no se movió. La estrategia de Almanzor fue la de debilitar los territorios fronterizos. Llevarse riquezas, ganado y esclavos. Pero no ocupar los terrenos conquistados. Aunque estas campañas llegaron bastante dentro del territorio, pues incluso atacó León, Pamplona o Barcelona.
Así que no se modificaron las fronteras, pero sí se detuvo el impulso repoblador hacia el sur de los reinos cristianos. Al menos temporalmente.
¿Y qué hacían estos reinos? Poco podían hacer: no disponían de la potencia militar suficiente como para rebelarse ante el califato opresor. Aunque, por supuesto, estaban deseándolo. Y así, Bermudo (rey de León) aprovechó un momento en que Almanzor se encontraba haciendo frente a una rebelión en el Magreb para reclutar tropas. Y dejó de pagar tributos.
La furia de Almanzor sería terrible. Preparó un golpe definitivo, un golpe que haría temblar los cimientos de la cristiandad, justo donde más le podía doler…
La leyenda de Santiago de Compostela
Por lejanía a la frontera no era precisamente uno de los objetivos principales de Almanzor, pero éste quería dar un golpe sobre la mesa y dejar claro que no toleraría más rebeliones.
En el mundo cristiano había tres santuarios, tres ciudades sagradas sin discusión: Jerusalén en el este, Roma como epicentro, y Santiago en el oeste, en el reino de León.
La expedición mora partió de Córdoba el 3 de julio de 997. No encontraron casi oposición: los condes portugueses, que también eran vasallos de Córdoba, unieron sus tropas a las de Almanzor. Hay que entender el feudalismo para poder comprender estos movimientos. Bermudo, que debía esperar ingenuamente la respuesta de todos los condes cristianos, se quedó sin aliados. Nada pudo hacer por frenarle.
Almanzor arrasó castillos, capturó esclavos y quemó monasterios. Y el 10 de agosto, llegó a Santiago.
El obispo había sido previsor y vació la ciudad. Los lugareños se pusieron a salvo en bosques cercanos. No había ni un alma en Santiago.
Bueno sí, la leyenda dice que había una…
Un solo hombre. Un monje anciano que permanecía ante la tumba del apóstol.
-¿Por qué estás aquí? -le preguntó Almanzor.
-Para honrar a Santiago -respondió el monje.
Almanzor había entrado a saco. La basílica ardió por los cuatro costados. Pero, por algún motivo, Almanzor no tocó la tumba. Ni al monje que la defendía.
¿Por qué no lo hizo? Teorías hay muchas, aunque me temo que nunca sabremos la verdad. Sólo podemos especular.
Yo no puedo imaginarme cómo un personaje como Almanzor, que demostró sobradamente que no tenía escrúpulos, y que era un fundamentalista, no aprovechó para destruir uno de los símbolos de la cristiandad.
Recordemos que, para los musulmanes, el cristianismo es un politeísmo: la Santísima Trinidad no dejan de ser tres deidades. Por no hablar de los santos y la propia virgen, a quienes también se les presta devoción. Tener al alcance de la mano un símbolo de la cristiandad como es la tumba de un santo, probablemente el más venerado… ¿y no hacer nada?
Cierto es que el libro sagrado impide matar a un sacerdote, y que para los musulmanes, los apóstoles son respetados. Pero vamos a ver… estamos hablando de alguien que ha movilizado un formidable ejército y se ha atravesado la península para venir a quemarlo todo. También se cuenta que Almanzor dio de beber a su caballo en la pila bautismal. Eso, mucho respeto, no es.
Es algo que me fascina. ¿Qué vio en ese monje? ¿Se acojonó de alguna forma, llevado por alguna superstición? Quiero remarcar que ésta no es una leyenda cristiana, sino que aparece en la crónica musulmana (forzosamente tuvo que ser así, pues no había más testigos por allí). Lo que le da un aire de verosimilitud mayor.
Como también aparece otro símbolo: las campanas de Santiago. Almanzor no tocó la tumba del apóstol, pero sí se llevó a Córdoba las campanas del templo jacobeo. Bueno, las llevaron los esclavos, claro. Y en Córdoba permanecerían durante dos siglos, hasta ser rescatadas por Fernando III el Santo.

Consecuencias de la destrucción de Santiago
El golpe resonó en todos los reinos cristianos, no sólo en los peninsulares, también en el resto de Europa.
Pero como suele ocurrir con estas cosas, la violencia engendra violencia. Lejos de amilanarse, heridos en su orgullo, los cristianos reaccionaron. La batalla de Peña Cervera, en el año 1000, que aglutinaría a tropas leonesas, castellanas y navarras, fue buena prueba de ello. Y aunque técnicamente fue un empate, Almanzor no se volvió a Córdoba precisamente contento.
La devoción hacia el santo fue si cabe mayor, ya que seguía estando ahí y, además, añadiéndole a la ciudad el componente del martirio. De haber destruido la tumba del apóstol, sin lugar a dudas, la historia europea habría sido distinta. Pero al permanecer intacta la ciudad pudo reconstruirse alrededor de la tumba y los peregrinos europeos siguieron (y siguen) viniendo a visitarla, con todo lo que ello conlleva.
De alguna forma éste fue el comienzo del fin del califato. A Almanzor, que moriría en el 1002 (aún le daría tiempo a ejecutar algunas aceifas más) le sucedería su hijo al-Málik como chambelán (o sea, como dictador), y a éste su hermanastro Abderramán Sanchuelo. Y tras él, la guerra civil, que supondría la disgregación de Al-Ándalus en los reinos de taifas.
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