El suelo retumba al aproximarse la caballería pesada francesa. Dos mil bestias acorazadas son dirigidas por sus jinetes hacia la línea central del ejército español. Son imparables, y lo saben, así que espolean a sus monturas confiados en que el choque será brutal, y la victoria, sencilla.
Pero el Gran Capitán tiene un plan.

Un cambio de época. El Gran Capitán
Hace poco hacía con unos amigos un listado de diversas batallas entre españoles y franceses. La verdad es que nos hemos dado de tortas con nuestros vecinos unas cuantas veces en los últimos siglos. Pero me di cuenta de que, imperdonablemente, todavía no había dedicado un artículo en mi web a alguna de las hazañas del Gran Capitán.
Es hora de enmendar este error.
Pongámonos en contexto: año 1503, en las llamadas Guerras Italianas. Hace poco más de 10 años que ha caído Granada (de donde viene ya curtido nuestro protagonista) y los reinos de Castilla y Aragón caminan unidos e imparables por todo el mundo. Colón anda haciendo de las suyas en las Américas, sin ser consciente de la semilla del árbol gigantesco que está plantando allí. Y en el Mediterráneo, mientras los turcos empiezan a ser bastante temidos, las coronas francesa y española se disputan el control del reino de Nápoles.
Nos encontramos a medio camino entre la Edad Media y el Renacimiento. Técnicamente, hay quien sitúa el cambio de época precisamente en el descubrimiento de América, mientras que otros marcan la caída de Constantinopla (1453). Pero los cambios no suceden de un día para otro. Así que en este momento conviven costumbres medievales con otras más modernas.
Gonzalo Férnandez de Córdoba, que será conocido como «el Gran Capitán», se encuentra al mando de las tropas españolas en Italia, y ya ha introducido algunos de estos cambios, por ejemplo reorganizando a la infantería en coronelías, que serán el embrión de los futuros tercios. También ha traído su experiencia granadina, y plantea un tipo de guerra basado en salidas nocturnas y emboscadas, que resulta muy incómodo para los franceses, deseosos de plantar batalla y hacer valer su superioridad numérica y, sobre todo, su potente caballería pesada.
No obstante, el medievo sigue ahí, coleando. Por ejemplo, tenemos el episodio en el que once caballeros de cada ejército se retaron y se dieron tortazos durante más de 6 horas, el llamado desafío de Barletta. Con resultado favorable a los caballeros españoles, por cierto… nada de extrañar, si tenemos en cuenta que uno de sus campeones era don Diego García de Paredes, el conocido como Sansón de Extremadura, del que ya hablé en su momento (en el artículo hay detalles de este duelo).
El caso es que los franceses tienen la iniciativa: un ejército más numeroso y alguna victoria en los comienzos de esta guerra. El Gran Capitán espera, astuto, paciente, aguantando en las plazas bajo su control, planteando la guerra que más le conviene, hasta que encuentra la oportunidad de dar un golpe a su enemigo.
Esa oportunidad se presenta cuando la escuadra del almirante Juan de Lezcano derrota a la de Prijan en la batalla de Otranto y llegan los refuerzos: lansquenetes alemanes. El Gran Capitán va a mover al ejército y escoge un campo de batalla: la pequeña villa de Ceriñola. Pero para llegar a tiempo a preparar el terreno debe darse prisa, así que ordena a sus caballeros que compartan sus monturas con los infantes, algo que no es acogido de muy buen grado. No obstante, él mismo da ejemplo. Y gracias a la velocidad con que avanzan consiguen preparar las defensas a tiempo.

La batalla de Ceriñola
Estas defensas consisten en un foso y un parapeto construido con la tierra extraída, en el que se colocan estacas. Muy necesario para hacerle frente a la potente caballería pesada francesa. Además, la artillería (13 piezas) se coloca convenientemente sobre una colina con óptima capacidad de tiro.
El ejército francés es muy superior sobre el papel. Ligeramente superior en número, el doble de piezas de artillería y, sobre todo, sus 3500 jinetes (2000 de caballería pesada). Pero el Gran Capitán está preparado.
Lousi d’Armagnac, duque de Nemours y conde de Guisa, está al frente del ejército francés. Al llegar al campo de batalla lo ve claro: los españoles se han parapetado pobremente tras un parapeto de tierra. En el centro está la caballería pesada, por supuesto, para defender a la infantería (spoiler: todo es un ardid del Gran Capitán para provocar a los franceses). Hay lanceros, ballesteros, y algo de artillería, pero nada de lo que deba temer. La batalla va a ser sencilla. Una potente carga de caballería por el centro, que supera en más del doble a la española… no debería ser un problema. Cuando se haya librado de este obstáculo, carga contra la infantería. Los piqueros suizos detrás para rematar la faena, y la artillería para ablandar las zonas fortificadas. Coser y cantar, mañana podrá enviar a un mensajero para comunicarle a su graciosa majestad que ha derrotado a los españoles y controla definitivamente el reino de Nápoles. Él mismo se va a unir a la carga de caballería.
En efecto, los caballeros franceses cargan, y los españoles no tardan mucho en retirarse tras el primer encontronazo (repito, está todo preparado, ¡es una trampa!). La pobre infantería, con los lansquenetes alemanes en el centro, está a punto de ser aplastada bajo las pezuñas de los caballos. El suelo retumba. La muerte se acerca al galope.
Pero el medievo se da de bruces con la modernidad. Los arcabuceros españoles, parapetados convenientemente, salen de su cobertura justo a tiempo para fusilar a la caballería. Las corazas de los caballeros no paran las balas. No es que la pólvora sea desconocida para los franceses (buena prueba de ello son las 26 piezas de artillería que traen), pero hasta ahora los arcabuces no han tenido buen funcionamiento en batalla campal.
Eso se acabó.
La artillería española también se une a la fiesta y hace lo suyo. Los caballeros caen como moscas. El propio d’Armagnac cae abatido con tres tiros. Desesperados, se lanzan en paralelo a la línea de arcabuceros buscando parapetarse en el flanco derecho español, pero siguen recibiendo fuego y la línea está bien colocada, no hay hueco.
Es entonces cuando la infantería francesa avanza. Pero los arcabuceros siguen a lo suyo, lo mismo les da disparar a caballos que a hombres. El fusilamiento continúa. Sin embargo, los franceses no se rinden. Cuando el Gran Capitán ve que su posición peligra, les ordena retirarse y que entren en juego los lansquenetes, que para eso han venido.
Y de pronto…
¡Explosión!
¡Pum! A tomar por culo la artillería española, con lo bien que se lo estaban pasando. Un accidente, un impacto afortunado de los franceses… a saber. El caso es que toda la pólvora explota, hay fuegos artificiales pero se acabaron los disparos.
No importa, la batalla está prácticamente ganada. El desastre francés es monumental. Y el Gran Capitán lo sabe, así que arenga a sus hombres y les ordena que vayan al ataque.
Los caballeros franceses son rodeados por multitud de tropas, entre ellas los caballeros españoles, que tras la retirada fingida anterior tienen ganas de demostrar lo que valen. La caballería ligera española se lanza contra su contraria francesa, que huye, probablemente viendo que es lo mejor a estas alturas… y por tanto la española se ve libre para unirse al combate contra la infantería.
En menos de una hora, el Gran Capitán ha pasado una página de la historia.

Consecuencias
Decía en el título que la batalla de Ceriñola fue el nacimiento de un Imperio. No lo digo yo, obviamente, lo dicen muchos historiadores.
Llama la atención semejante afirmación cuando apenas unos pocos años antes hemos tenido acontecimientos tan grandes como la toma de Granada o el descubrimiento de América.
¿Por qué tuvo tanta importancia esta batalla? Pues porque es la primera de muchas que van a hacer parecer imbatibles a los españoles durante dos siglos. A partir de ahora, la infantería será la fuerza predominante en los ejércitos (hasta ahora lo era la caballería), y más concretamente los tercios españoles serán la unidad de élite a la que va a temer media Europa.
En lo que respecta a la guerra de Nápoles, la de Ceriñola viene a complementar a la derrota que también sufren los franceses en Seminara (batalla que contaré algún día, porque también se las trae), tan sólo una semana antes. A partir de aquí, las poblaciones se van a poner bajo las órdenes del Gran Capitán, sublevándose contra los franceses, que se fortifican en castillos o donde pueden. Nápoles se incorporará a la corona de Aragón como un virreinato.
Y el virrey, por cierto, no podía ser otro que el Gran Capitán. (De los problemas que esto le traería con su católica majestad, el rey Fernando de Aragón, ya hablaremos en otro momento).
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