Recientemente he sido jurado de dos concursos de relatos, y ya llevo unos pocos con la tontería. Aunque es cierto que he visto una subida de nivel generalizada, todavía sigo viendo algunas cosas que me dejan de piedra.
Así que me parece que a muchos les puede ayudar este artículo, apto para cualquier concurso de relatos. Obviamente yo no tengo el Santo Grial para ganar concursos, pero estoy seguro de que casi todo lo que voy a contar aquí es compartido por cualquier miembro de jurado.
Espero que os resulte útil.
Las tres patas de un buen relato
78. En el último concurso de relatos del que soy jurado, se han presentado 78. No sé si os parecen muchos o pocos, pero os aseguro que cuesta bastante trabajo y esfuerzo. Porque hay que leerlos todos, claro.
Así que espero que no se malinterpreten mis palabras, pero es inevitable: lo primero que hace un jurado de relatos es cribar. Desechar los que no cumplen unos mínimos. Esto implica que algunos relatos no se leen por completo. Leyendo los dos o tres primeros párrafos ya se puede saber si merece la pena leerlo completo o no; en caso de duda se sigue leyendo.
Claro, el autor que se ha presentado con toda la ilusión del mundo puede sentirse un poco decepcionado. Pero tiene que entender que la labor del jurado no es leerse hasta la última coma, sino seleccionar a los 3 mejores. Si han participado sólo 10 relatos, pues te los lees todos y le pones más cariño, pero si hay 78 y hay un plazo límite… En fin, no es nada fácil.
Por eso, para mí hay tres cosas que no pueden faltar en un buen relato, y que a buen seguro va a tener el ganador. Estas tres patas de un buen relato son:
- Una buena historia.
- Corrección en forma y estilo.
- Transmitir sensaciones: que enganche.
Vamos a verlas en detalle.
Una buena historia
Es el punto de partida. Antes de ponerte a escribir, hay que saber qué quieres contar.
Por favor, originalidad. No hace falta que sea un concepto rompedor, pero sí tiene que ser algo interesante. Piensa que en un concurso de relatos con determinada temática todo el mundo va a contar más o menos lo mismo; si quieres ganar, tu relato tiene que ser distinto.
Aquí creo que es importante hablar del formato: no es lo mismo un relato corto, que uno largo, que una novela o incluso una bi/tri/tetralogía. El espacio es un condicionante poderoso. ¿Se puede contar El Señor de los Anillos en un relato de 5 páginas? Sí, se puede; pero obviamente no con los resultados esperados. Y viceversa: una buena historia corta, si breve, dos veces buena.
Meter demasiados personajes y muy complejos en un relato corto es tan contraproducente como meter pocos y muy planos en una novela. Lo mismo con respecto a las descripciones o al contexto. En un relato corto tiene que haber una escena, dos como mucho y si está justificado; en un relato largo podemos meter más detalle, y en una novela tiene que haber mucha más profundidad.
Las escenas de acción y de conflicto aportan emoción a la lectura, pero no pueden ser el núcleo de la historia. Si me la cuentas, que sea dentro de un contexto rico e interesante. Tienen que ser un instrumento para contar algo, pero hay que tener en cuenta qué es ese algo. Es como en las películas de acción: al final todas son más o menos iguales, y lo que hace que una sea mejor que otra son los personajes y la historia que cuentan, no los efectos especiales.
En definitiva, si tienes una buena historia, piensa cómo quieres contarla. Y si no la tienes… sigue pensando y no te pongas a escribir todavía.
Corrección en forma y estilo
Aquí hay mucho de lo que hablar, pero intentaré ser breve.
Lo que está claro es que no es admisible que un relato esté mal escrito: muchas faltas de ortografía, tiempos verbales inconexos, mala puntuación… En fin, creo que no hace falta que profundice mucho en esto, pero es asombrosa la cantidad de relatos que siguen enviándose sin pasar el autocorrector.
También está el tema del cuerpo del texto. Es muy importante el impacto visual del lector, la impresión que se lleva cuando abre el relato y tiene el primer vistazo del cuerpo del texto. Los párrafos son necesarios imprescindibles.
Salvo que esté justificadísimo y sea el mejor texto del mundo, no puede ser que haya un texto de seguido en toda una página, sin un solo salto de línea. Para el lector se hace pesadísimo leer así. Tampoco digo que haya que separar cada frase en un párrafo distinto. Sencillamente, el cuerpo del texto tiene que estar equilibrado. Con 3 o 4 frases por párrafo (o 2, o 5… pero no 20) y debidamente justificado: para mí, mejor si es justificación completa, pero también es admisible a la izquierda; un relato justificado en el centro es causa directa de descarte. Si digo esto, que parece tan obvio, es porque me los he encontrado, sí.
Y por supuesto, nada de colores en el texto, tipografías raras o ilustraciones de ningún tipo. Puede que queden muy bien, pero no son valorables: no se califica la presentación visual, sino la calidad del texto. Cualquier otra cosa sobra. Y si sobra, molesta. Y si molesta, puntúa negativo.
Huelga decir que además hay que cumplir todas y cada una de las normas del concurso. No creo que haga falta explicar esto mucho. Si están ahí es por algo.
Resumiendo: una vez lo tengas todo escrito, repásalo siempre. Dale formato. Ponlo bonito limpio. Elimina faltas con el autocorrector. Vuelve a corregir y a eliminar las faltas de ortografía, esta vez de forma manual, que alguna se habrá escapado.
Anexo: por favor, ¡POR FAVOR! Hay que aprender a usar «a ver».
- A ver: preposición + verbo. Se usa coloquialmente. «A ver si nos enteramos… a ver lo que hay aquí… a ver si aprendemos a usar bien ‘a ver‘».
- Haber: verbo haber. Realmente no se usa casi nunca, lo normal es usar las conjugaciones: «Hay que aprender a usar bien ‘a ver’«. Si se usa como sustantivo (ya es raro), entonces significa cosas que alguien posee: «Tengo en mi haber un ordenador«.
- Aver o Aber o Haver: no existen. Hacen daño a los ojos.
Lo más común es que el autor utilice «haber» incorrectamente, queriendo decir «a ver». Yo cada vez que lo veo me quiero arrancar los ojos. Va a ser difícil que ese relato reciba puntuación por mi parte.
Transmitir sensaciones: que enganche
Esto es lo más complicado.
La escritura es arte, y hay que tratarla como tal. Si nos gusta leer es porque nos transmite algo. Aquí ya no hablo de corrección en la escritura, como antes, sino de las sensaciones que te quedan cuando lees algo.
¿Qué es lo que queremos transmitir? Si se trata de un ensayo, el tono debería ser neutro, con la única finalidad de informar al lector; si es un drama, las emociones deben estar presentes; si se trata de un poema, lo que importa es la lírica; y si es una comedia, el sentido del humor prima sobre todo.
Pongo un ejemplo:
Sacó el puñal y se lo clavó a su enemigo en el pecho.
Apretando los dientes, sacó el puñal de su vaina dispuesto a vender cara su vida. Matar o morir, no le quedaba otra. Se lanzó a fondo y consiguió hundirlo en el pecho de su enemigo.
Ambas frases dicen lo mismo, ¿con cuál te quedas?
Pues eso. Hay relatos que he leído que son correctos en forma, sin faltas, sin cosas raras, y que además cuentan una buena historia, pero que al final no me dicen nada. Hay que hacer disfrutar al lector. Tampoco se trata de ser rimbombante ni nada por el estilo. Pero hay que transmitir sensaciones.
Quiero que el relato me revuelva las entrañas, o que me haga reír, o que me haga pensar. Pero si me deja indiferente, entonces ha fallado en su propósito.
Hay libros y libros que tratan sobre esto, y también hay escuelas de escritura, así que tampoco voy a extenderme mucho más en este artículo, pero al menos quiero poner énfasis en lo siguiente: hay dos partes que son especialmente importantes en todo relato, el comienzo y el final.
- El comienzo: los dos o tres primeros párrafos son fundamentales. Tienen que enganchar. Una frase de inicio potente es garantía de que el lector siga leyendo. La mitad del tiempo que dediques a escribir tu relato dedícaselo al comienzo. Reescríbelo las veces que sean necesarias. Pero si el comienzo no funciona, el resto no valdrá de nada.
- El final: al terminar la lectura de un relato te tiene que dejar un regusto. La lectura, por decirlo así, no debería terminar con el texto. Es como cuando ves una peli en el cine: si a la salida sigues inmerso en ella, entonces ha funcionado bien. El final tiene que ser conclusivo (asombrosa la cantidad de relatos que terminan sin finalizar la historia que cuentan), pero tiene que dejarte con ganas de más.
Personalmente, si tras leer el comienzo la historia no me engancha (y asumiendo que no hay faltas, etc.), salto directamente al final para ver si hay algo que me motive a darle una oportunidad. Y si no… pues al siguiente, lo siento.
Pero el final no es tan importante como el comienzo. Os voy a confesar una cosa: en el último concurso del que fui jurado, el relato ganador (al que yo voté como el mejor) tenía un último párrafo que… no entendí. Lo releí un par de veces pero no me quedó claro. Sin embargo, no era importante, porque el resto del relato era tan bueno que no me hacía falta entenderlo por completo. Seguía siendo mejor que el resto de relatos.
Como muestra, un botón
Vaya por delante que no pretendo dármelas de nada. Pero creo que puede ser muy explicativo poner en práctica todo esto que he dicho, y qué mejor que un relato mío con el que he ganado un concurso.
El siguiente relato es muy mejorable, y a día de hoy, en competición con otros 77 relatos, probablemente no ganaría nada. El concurso que ganó fue el del VII GT de Talavera (del que he hablado aquí). Si no recuerdo mal, en el concurso participaron 12 relatos. Está ambientando en el universo de Warhammer 40.000, así que si no estás familiarizado con el mismo no lo vas a entender.
Lo dejo aquí, y lo comento después (¡no leas los comentarios sin leer antes el relato! ¡Avisado quedas!). Espero que te guste.
Marcus el Cruzado
Marcus disparaba sin parar. Cada vez que veía a sus enemigos salir de debajo de las piedras disparaba. Parecían infinitos, no se rendían, no retrocedían, sencillamente volvían a aparecer, en oleadas interminables, trepando por encima de los cadáveres de los suyos sin importarles la posibilidad (casi la certeza) de terminar formando parte de ellos.
Llevaban horas combatiendo. Marcus estaba cansado. Y hambriento. Apenas tenían algún pequeño respiro entre una y otra oleada, pero no era suficiente como para pararse a comer algo. Apenas lo justo como para enfriar las armas antes de volver a disparar.
Pero ningún esfuerzo era excesivo, pues el Emperador les necesitaba.
Aquel era el tercer planeta por el que pasaban en su Cruzada. No sería el último, pues su ejército era imparable. No importaba que sus enemigos pareciesen no tener fin y que no se rindiesen jamás: al final acabarían sucumbiendo, como todos. El Emperador así lo exigía.
–¡Adelante! –gritó mientras seguía disparando sus armas- ¡Por el Emperador!
Su poderoso grito resonaba con fuerza entre las explosiones y los esperpénticos aullidos de agonía de sus enemigos, que caían como moscas. Malditos herejes… se retorcían de dolor mientras se aferraban a sus blasfemos símbolos. Pero ningún símbolo podía salvarles de la justa muerte que Marcus y los suyos les traían.
Observó a sus tropas avanzando con ímpetu renovado. Respondían a su llamada, fieles y disciplinados. Como siempre.
Marcus observó cómo los suyos pasaban por encima de sus enemigos luchando con fiereza, como una ola imparable. Dejó de disparar un momento y se permitió el lujo de mirar alrededor.
Era una hermosa tarde en un hermoso planeta. Las dos lunas se movían lentamente en el cielo anaranjado oscuro, tapadas temporalmente por nubes negras. Eran como dos ojos flotando en un mar de sangre. Un telón de fondo muy apropiado para toda aquella destrucción.
Y tenía tanta hambre…
Volvió a bajar la mirada. Allí volvían de nuevo, esos malnacidos. Y le invadió el odio. Pues era plenamente consciente de que su mera existencia era un insulto. Sus impíos pies corrompían la pureza de ese planeta… de esa galaxia. Había que exterminarlos a todos, el Emperador así lo exigía.
Oh, sí, el Emperador. Su brillante luz les atraía desde Terra. Él la había visto, como todos aquellos de entre los suyos que eran capaces de vislumbrar el inmaterium y manejar los poderes disformes. Una luz pura, inagotable, brillando desde el corazón de la galaxia. Una luz que les instaba a seguir avanzando, a no rendirse jamás, limpiando cada planeta en su nombre. Una Cruzada, una misión sagrada que no dejaba lugar a ninguna duda.
También ese planeta sería purificado, como todos.
Unos desgarros en el cielo llamaron su atención, distrayéndole de sus pensamientos. Cápsulas de desembarco.
Las conocía bien, no era la primera vez que las veía. Venían cargadas de enemigos. Enemigos más poderosos que aquéllos a los que llevaban días combatiendo. Pero eso no cambiaría nada, pues ellos nunca se rendirían: purgarían ese planeta y continuarían su camino.
Marcus dio las órdenes oportunas y nuevas escuadras de los suyos se dirigieron hacia donde estaban cayendo aquellas cápsulas. Morirían la mayoría, eso lo sabía, pero eran bajas calculadas. Servirían para desgastar a sus enemigos, y él mismo se encargaría de terminar el trabajo.
Tal vez entonces podría pararse por fin a comer. ¡Necesitaba comer algo!
Su estómago emitió un ruido característico, como si tuviese voluntad propia y reclamase su justa recompensa. De hecho, sus tres estómagos rugieron. No pudo (ni quiso) evitar babear, dejando caer un viscoso líquido entre sus fauces.
Tan sólo el odio que sentía hacia esos herejes era mayor que su insaciable apetito, y sólo gracias a eso conseguía contener sus instintos más primarios. Al fin y al cabo estaba rodeado de comida: montones y montones de cadáveres, sangre fresca y reluciente que estimulaba sus sentidos.
–Aún no –se dijo a sí mismo Marcus-, todavía no puedo comer, primero tengo que acabar con ellos, con todos ellos. El Emperador así me lo ordena.
Volvió a abrir fuego mientras avanzaba con paso firme hacia sus enemigos. Pronto entraría en combate cuerpo a cuerpo contra aquellos formidables guerreros que salían de las cápsulas, y disfrutaría mucho más de la carnicería. Como siempre.
Como las 3 ocasiones anteriores, en que su enjambre había descendido a un planeta y lo había purificado. Ninguno de aquellos ridículos humanos había supuesto un desafío, y tampoco en esta ocasión tenía pinta de que fuese a ocurrir otra cosa. Porque como humanos que eran, no eran más que escoria. Por eso el Emperador quería que muriesen, por eso les ordenaba acabar con todos y cada uno de aquellos herejes.
Un marine (así se hacían llamar) armado con un reluciente pincho se hizo camino entre sus tropas. El muy incauto iba directo hacia Marcus, con la evidente intención de enfrentarse a él.
–Por fin –pensó deleitándose en lo que le esperaba.
El marine llevaba una armadura negra cargada con símbolos blasfemos. Pretendían recordar algo que el Emperador no era. Calaveras y águilas bicéfalas que representaban a un cadáver reinando por encima de los humanos. Insultaban al Emperador con esas heréticas afirmaciones; pues el Emperador no era un cadáver ni un animal; era un dios, ligado al mundo material por un fino hilo que ansiaba cortar; era luz pura que pedía a gritos a sus hijos, sus elegidos, que viniesen a rescatarle de sus ataduras. Aquello habría puesto aún más furioso a Marcus… si eso hubiese sido posible.
Arremetió contra el marine y su brillante y ridículo pincho, que crepitaba en el aire al son de los patéticos intentos de su portador de herir a Marcus.
–¡Muere, maldito hereje! ¡Muere, en nombre del Emperador!
Marcus sabía que aquel insignificante personaje no podía entenderle. Sus subdesarrollados sentidos no eran capaces de percibir todas las entonaciones del Sagrado Lenguaje, y aunque así fuese, su diminuto y primitivo cerebro nunca habría podido entender las palabras. Era patético.
Marcus lo descuartizó rápidamente. Demasiado. Se arrepintió enseguida, pues era consciente de que le estaba ahorrando sufrimiento. Pero no había podido evitarlo, pues se había dejado llevar por su odio.
Un odio legítimo, primigenio y sagrado. El odio con que el Emperador había bendecido a los de su raza. El mismo odio que estaba ligado de forma natural a sus poderes psíquicos.
Ese odio infinito y sagrado era el inequívoco mandato por el que Marcus y los suyos debían acabar con toda la especie humana. Y si alguna otra se interponía en su camino, también sería exterminada. Porque no servían al Emperador, sino que lo insultaban con su sola presencia, o adoraban a otros dioses igualmente impuros y malditos.
Todos debían morir al paso del Enjambre. Todos debían ser purificados.
Y algún día, cada vez más cercano, con la galaxia ya limpia de todo contagio, llegarían a Terra, y culminarían la obra que el Emperador les estaba pidiendo a gritos. Y le devorarían a Él también, cumpliendo así con su divino deseo, y apagando por fin, de forma definitiva, aquella luz tan brillante con la que les estaba llamando desde hacía milenios.
Embriagado por este pensamiento, y estimulado por la cercanía de la sabrosa sangre de su enemigo, Marcus soltó un poderoso grito, un grito de victoria que fue escuchado y coreado por todas sus tropas al unísono, que resonó en el cielo, en la tierra y en el espacio disforme. Un grito hambriento que ordenaba, por fin, una vez derrotado su enemigo, que comenzase el gran festín.
Un nuevo planeta esperaba a ser devorado camino a Terra.
Comentario del relato
Idea: presentar el punto de vista de un tiránido como si fuese un marine espacial.
Aquí lo complicado es jugar con el lector, para que al principio crea que está leyendo la historia de un marine pero, poco a poco, se van dejando pistas de algo que falla. Empezando por mencionar el hambre que tiene el protagonista.
El punto de vista del tiránido es engañoso. Habla del Emperador como si fuese un dios, igual que haría cualquier personaje imperial, pero su objetivo final es comérselo. Como si el enjambre tiránido estuviese atraído por el poder psíquico del mismo. Como polillas a la luz.
¿Hay un enfrentamiento? Sí, pero es irrelevante para la historia. Esto va del hambre de Marcus y de los tiránidos, y qué lo provoca. No de una batalla. La batalla sólo es el marco en el que se cuenta esto.
Ahora que lo releo, reconozco que el comienzo no es todo lo atrayente que debería ser. Al primer párrafo le falta enjundia.
En fin, creo que como ejemplo de algo que puede aspirar a ganar un concurso de relatos sirve (como así fue).
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