Nieva ahí fuera. Es un bonito espectáculo. Hay un mágico silencio en el ambiente, una paz que se transmite con el lento caer de los copos, que parecen planear como si tuviesen voluntad propia, cada uno a su aire. Poco a poco, un manto de color blanco, puro e inmaculado, perfecto en su superficie ausente de pronunciados desniveles, va cubriendo todo el paisaje.
Quienes tienen suerte de observarlo desde un refugio seguro y caliente lo disfrutan. Pero quienes tienen que permanecer a la intemperie maldicen su suerte y su vida, porque el frío se cuela por la ropa, calando hasta los huesos.
Es el caso de los soldados franceses, que aguardan fuera de la ciudadela pamplonesa, atentamente observados por los españoles desde las ventanas de la misma. Son aliados, pero no comparten el refugio porque es una frágil y poco creíble alianza.
De pronto deja de nevar. El ambiente invernal invita a disfrutarlo, en la medida de lo posible. ¿Quién es el primero en lanzar una bola de nieve? No importa. Lo que importa es devolverla. Son soldados, pero la única guerra que les gusta es la guerra de bolas de nieve. Y se entregan a ella con alegría.
Con inocencia…

La Ciudadela de Pamplona
La cosa venía de lejos: Pamplona siempre había sido una plaza fuerte fronteriza, clave para el dominio de todo el territorio y, por supuesto, corazón del reino de Navarra. Los reinos de Castilla y Aragón ya se habían incluso repartido el territorio navarro antes de haberlo conquistado, desde tiempos de la Reconquista, y después se unirían al conflicto los franceses. No entraré en detalles (para eso, la wikipedia), baste decir que a comienzos del siglo XVI Navarra era un pequeño territorio acosado entre gigantes por todos sus frentes. Era cuestión de tiempo que acabase siendo fagocitado por ellos.
En 1571, el rey Felipe VI ordena construir una fortaleza con una doble intención: defenderse de los ataques del exterior… y del interior, motivo por el que su forma, de estrella de cinco puntas, tiene dos de sus puntas apuntando a la propia ciudad de Pamplona, permitiendo a una fuerza militar bombardear a cualquier otra fuerza que hubiese podido ocupar la ciudad. Pensando más en posibles rebeliones que en invasores extranjeros, pues la ocupación era todavía reciente y no eran pocos los movimientos de rebelión.
La fortaleza fue terminada en 1645, aunque tuvo alguna ampliación posterior. Fue una magnífica fortaleza, con una gran importancia estratégica. Nunca fue sitiada… pero sí tomada. Lo que nos lleva al año 1808.

La trampa de D’Armagnac
Con las tropas de Napoleón, en teoría un aliado, atravesando la península para atacar Portugal, acampadas en las puertas de la ciudad, la situación es cuanto menos tensa.
El general D’Armagnac ha entrado en la ciudad. Sus oficiales se acomodan en casa de la nobleza, mientras los soldados se acuartelan donde pueden. Muchos acampan en las puertas de la Ciudadela.
Pues bien, el 16 de febrero cae una buena nevada, que los soldados franceses aprovechan para empezar una batalla de bolas de nieve.
Los defensores españoles, confiados, se acercan a participar de esta batalla de bolas de nieve. Al fin y al cabo los gabachos son aliados, ¿no? ¿Qué mal puede haber en darle un bolazo de nieve a uno de ellos?
¡Pero es una trampa!

Cuando los españoles están jugando, confiados, los franceses sacan las armas y les encañonan, haciéndose con la Ciudadela. La toma de una fortaleza más sencilla de la historia.
Lo curioso es que, al parecer, no es la única que resulta tomada de esta forma. En Barcelona o San Sebastián, por ejemplo, parece ser que ocurren situaciones similares.
La Ciudadela de Pamplona permanecerá en manos francesas durante cinco años. Por cierto, que cuando los ahora defensores franceses se vieron sitiados, y al ver que no llegaban refuerzos de su vecino país, intentaron volar los muros, a lo que el general español respondió que pasaría a cuchillo a todos los franceses rendidos si hacía tal cosa.
¿Por qué volar los muros de la Ciudadela de Pamplona? Pues por su valor estratégico. Si no podían mantener la fortaleza, al menos querrían destruirla. No pasaría mucho tiempo antes de ver de nuevo su importancia: en 1823, los soldados liberales aguantaron cinco meses de asedio ante los «Cien mil hijos de San Luis», que volvían desde Francia a restaurar el absolutismo. Los franceses se limitaron a sitiarla, conocedores de que intentar tomarla al asalto sería un esfuerzo inútil, y dado que su objetivo no era otro que mantener a los liberales dentro de la fortaleza, facilitando así el paso de los ejércitos desde Francia. Pero eso ya es otra historia…
¿Mito o realidad?
Siempre hay que ser muy cauto al contar estas cosas. Nos faltan detalles y probablemente nunca sabremos exactamente lo que pasó.
Pero la tradición es muy fuerte y el hecho parece estar documentado. Yo, por cierto, me enteré de manos de familia política pamplonesa, que me explicó la historia mientras visitaba la Ciudadela. Una visita que recomiendo: ahora mismo está reconvertido en parque y es un agradable paseo a tiro de piedra del centro y de los jardines de la Taconera.
Si de boca en boca se ha transmitido y los propios pamploneses la cuentan, algo de verdad habrá en ello.
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