Verano de 1557.
Felipe II es la cabeza del primer Imperio mundial, pues domina territorios en todos los continentes. Hace sólo un año que su padre abdicó en él las coronas de España, Sicilia y Cerdeña. Demasiado peso para cualquier cabeza, dado el constante conflicto en el que se ve sumida Europa.
A orillas del Somme, que tantas batallas ha visto (y seguirá viendo) a lo largo de su historia, está a punto de darse un choque tremendo entre el poderoso ejército francés y las fuerzas imperiales de Felipe II.
Se va a armar la de San Quintín…
Las Guerras Italianas
Como consecuencia de los distintos conflictos sobre territorio italiano, Francia invade el reino de Nápoles, que es defendido por las tropas españolas bajo el mando del duque de Alba. Felipe II, harto del conflicto con los franceses, decide trasladar el teatro de operaciones a la frontera entre Francia y Flandes.
Para ello recluta un gran ejército, compuesto por Tercios españoles en su mayoría, apoyados por tropas inglesas cedidas por su segunda esposa, María Tudor, bajo el mando de lord Pembroke, y por tropas flamencas. Felipe II otorga el mando de su ejército a Manuel Filiberto, duque de Saboya y actual gobernador de los Países Bajos, que ya tiene experiencia militar, habiéndose destacado en la Guerra de Esmalcalda y otras campañas.
La estrategia de Manuel Filiberto
El ejército imperial parte de Bruselas e invade Francia, penetrando por la Champaña y dirigiéndose hacia Rocroi… pero para la famosa batalla que aquí acontecerá aún queda bastante tiempo. Pues todo se trata de un ardid.
El astuto Manuel Filiberto hace creer a los franceses, dirigidos por el duque Anne de Montmorency, que se dirige hacia Gisa. Sin embargo su objetivo es otro, y mientras los franceses fortifican Gisa, el ejército imperial cambia de rumbo y se dirige directo hacia San Quintín.
Se trata de una posición estratégica muy buena, a medio camino entre Bruselas y París, que controla las comunicaciones entre Francia y los Países Bajos, y que cuenta con buenas defensas, gracias a sus 15 kilómetros de murallas, el río Somme al sur y un pantano al oeste.
1 de agosto – El sitio de San Quintín
Los franceses han sido sorprendidos. Las fuerzas imperiales sitian la ciudad de San Quintín, que apenas cuenta con una guarnición con el almirante Gaspar de Coligny al frente.
El objetivo de Manuel Filiberto es el arrabal: una isla fortificada al norte de la ciudad, conectada por un puente. De esta forma se impediría la llegada de refuerzos a los sitiados.
2 de agosto – Sir Julián entra en acción
Sir Julián Romero de Ibarrola, maestre de campo tras distinguirse en Inglaterra contra los escoceses, dirige el ataque de los tercios contra el arrabal. Lo de sir no es coña: recibió dicha distinción tras ganar un duelo con Antonio Gamboa que tuvo bastante repercusión, pues ambos contendientes representaban a los monarcas inglés y francés respectivamente.
Sir Julián hace gala de gran determinación, y salva los fosos y las baterías defensivas en un abrir y cerrar de ojos, tomando la fortificación. No le sale gratis: recibe un balazo de mosquete en la pierna, que le tendrá que ser amputada. Sin embargo, gracias a su valor y eficacia en el combate recibirá la Orden de Santiago, y aún tendrá tiempo para participar en más combates en el futuro.
Coligny empieza a sudar tinta, y manda una petición de ayuda urgente a Montmorency.
3 de agosto – La emboscada de Mansfeld
Montmorency envía un destacamento de urgencia formado por 500 hombres que, durante la noche, logran introducirse en la ciudad. Detrás, el grueso del ejército francés acude en socorro de San Quintín, que ya está siendo bombardeada por las tropas imperiales.
Detrás de los 500 que logran entrar en San Quintín, un contingente de 4.500 intenta entrar igualmente. Al frente de ellos va Andelot, hermano del duque de Montmorency, y su intención es clara: cruzar el río apoyado por la artillería (que hostiga el campamento imperial) y entrar por la puerta de Santa Catalina. Si lo consigue, la empresa imperial será imposible, pues las defensas de San Quintín son fuertes, y Manuel Filiberto se verá forzado a mover su ejército abandonando el asedio.
Pero Andelot es emboscado por el conde de Mansfeld, un militar alemán que comanda un regimiento de Tercios. Esperando escondidos al otro lado del río, cuando los franceses se ponen a tiro de sus arcabuces empieza el fusilamiento. Tan sólo unos 200 logran escapar de la masacre y llegar a San Quintín, con la pólvora mojada y un buen susto en el cuerpo. El mismo Andelot es herido.
10 de agosto – Se arma la de San Quintín
Montmorency había decidido marchar sobre San Quintín con su vanguardia, dejando al grueso de su ejército a salvo, oculto en el bosque. Pero ya sea por el desprecio que siente hacia el duque de Saboya, por la furia que le provoca el fracaso de Andelot, o por una imprudente muestra de poderío, decide formar en paralelo a lo largo del río Somme, creyendo que los imperiales poco daño pueden hacerle, y una vez formados cubrir el cruce del río.
El astuto Manuel Filiberto está preparado para dicha contingencia. Ha enviado al norte a la caballería ligera flamenca con el conde de Egmont (primo de Felipe II) al mando. Las órdenes son cruzar el río por donde no les vean los franceses, y esconderse detrás de las colinas más próximas.
Cuando Montmorency está en plena maniobra, Filiberto ve la gran ocasión y cruza el puente de Rouvroy. El general francés, asombrado por la osadía de su oponente, envía a la caballería por el flanco izquierdo, para que les haga pedazos. En ese paso estrecho, la infantería imperial no tendrá nada que hacer contra la caballería.
La comanda el duque de Nevers, Louis Gonzaga… ¿a alguien le suena? Si es así, apúntate una pinta, pues sin duda has leído El jorobado, de Paul Feval, novelón de capa y espada del que a buen seguro hablaremos próximamente en la sección de Literatura para jugones.
El caso es que la caballería francesa está a punto de hacer pedazos a la infantería imperial, cuando la trampa de Filiberto cobra forma. El conde de Egmont sale de detrás de las colinas e intercepta a la caballería de Gonzaga, que se ve obligada a retirarse.
Con esto, Filiberto logra cruzar el río y formar sus tropas, que se enfrentan a las del sorprendido Montmorency, al que no le queda otra que presentar batalla frente a los temidos Tercios españoles, entre los que se encuentra el afamado Tercio de Saboya.
La batalla se resuelve rápidamente: con las alas francesas sobrepasadas y el centro siendo barrido por los arcabuces, enseguida resulta evidente que la derrota francesa es cuestión de tiempo. Tanto es así que todo un destacamento de 5.000 mercenarios alemanes se rinde en masa.
Montmorency intenta encontrar una muerte honorable, pero tampoco eso le sale bien, y es capturado. En menos de una hora, el ejército imperial derrota al francés.
Resultado
Los franceses contabilizan 12.000 bajas, entre prisioneros (incluyendo a Montmorency y otros vips), muertos y heridos, y pierden toda la artillería. Los imperiales cuentan menos de 1.000 bajas.
Al día siguiente es informado Felipe II, que marcha hacia San Quintín con el resto de sus tropas. Apenado por no haber podido estar presente en la batalla, se ve sin embargo ante la difícil decisión que le plantea la nueva situación: marchar hacia París, como le aconseja Filiberto, o asegurar la retaguardia, terminar el asedio y tomar la plaza, que al fin y al cabo es la clave del norte de Francia.
Decide tomar San Quintín, lo que le vale para tomar el apelativo de «el rey prudente». Así, se mantiene el bloqueo, y el 27 de agosto, tras intenso cañoneo, las tropas imperiales entran en la ciudad y se dan un baño de sangre.
Consecuencias de la batalla de San Quintín
Felipe II ordena construir el monasterio de San Lorenzo de El Escorial para celebrar la brillante victoria sobre los franceses el día 10 de agosto, día de San Lorenzo. Con el tiempo, el monarca en cuyo Imperio no se ponía el sol morirá y será enterrado en dicho monasterio.
Un año después de la batalla, volveremos a ver a varios de los protagonistas en la batalla de Gravelinas: el conde de Egmont y sir Julián Romero dirigirán de nuevo a las tropas imperiales y volverán a obtener una gran victoria, que llevará directamente a la paz de Cateau-Cambrésis. Mediante este tratado, finalizan las disputas sobre territorio italiano, y España se asegura el dominio de Europa occidental durante el próximo siglo.
Por cierto, que el destino de estos personajes va a ser muy dispar. Manuel Filiberto terminará casado con Margarita de Francia, la hermana del rey Enrique II, como parte del acuerdo de paz firmado, y gobernará haciendo más fuerte el ducado de Saboya. El conde de Egmont, en cambio, terminará ajusticiado por traición debido a los conflictos religiosos crecientes en Flandes, aunque siempre se manifestaría fiel a la corona de Felipe II; y será protagonista de una tragedia de Goethe y una posterior obra de Beethoven.
Y sir Julián Romero seguirá ampliando su currículum militar. Participa en campañas en Malta contra los turcos, donde encabeza al Tercio de Sicilia; y en la guerra de Flandes, donde pierde un brazo sitiando Mons, y un ojo sitiando Haarlem. Con medio cuerpo mutilado, sir Julián siguió combatiendo. En cierta ocasión su nave se hundió y tuvo que alcanzar la costa a nado (que alguien me explique cómo lo hizo). Aunque en 1574 quiso retirarse, no lo consiguió, y moriría años después siendo Maestre General víctima, al parecer, de una apoplejía. El tío fue un auténtico héroe de acción del s. XVI, no en vano figura en trabajos de Lope de Vega o El Greco. Muy interesante, su vida, de forma inexplicable muy poco conocida.
Por último, a consecuencia de la terrible batalla del 10 de agosto se acuñó la conocida frase «se armó la de San Quintín».
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