Próspero Colonna observa cómo avanzan los suizos. Piqueros mercenarios, considerados el mejor cuerpo de infantería de la época. Están tan seguros de sí mismos que las dos formaciones de 5000 hombres cada una compiten entre sí para ser los primeros en entrar en batalla y llevarse la gloria.
Las infinitas picas apuntan al cielo, formando una inmensa alfombra de pinchos que amenazan con colocarse en horizontal, llevándose por delante a cualquiera que ose interponerse en su camino.
Colonna, al frente del ejército imperial de Carlos V, conoce de sobra a los suizos. Sabe que en el cuerpo a cuerpo son imbatibles.
Y por eso tiene un plan.
La Guerra Italiana
Nos encontramos en el año 1522. Tras 6 años de paz en Europa (escaso margen, pero amplio dada la cantidad de conflictos que asolaron el viejo continente en esos siglos), hace un año, Francisco I de Francia decidió dar un golpe sobre el mapa de Europa, tras el nombramiento de Carlos I como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y la alianza con éste del Papa León X para combatir a los luteranos.
Empezó así un conflicto que tendría sus principales escenarios en la frontera entre España y Francia (uno de los objetivos de Francisco era ayudar a Enrique II a recuperar el reino de Navarra, recientemente perdido), los Países Bajos (invadidos por Francia) y la frontera entre Francia e Italia, concretamente en el Ducado de Milán, por entonces en manos francesas.
Un gran contingente imperial, formado por fuerzas españolas, alemanas y papales, con el condotiero Próspero Colonna al mando, penetraron en el Ducado, asediando varias ciudades pero rehuyendo el enfrentamiento directo con las tropas francesas, dirigidas por el Vizconde de Lautrec.
El gran problema de Lautrec era a la vez su principal baza: los mercenarios suizos. Éstos, como buenos mercenarios, lo que querían era granjearse fortuna y fama, por ese orden. Conscientes de que, sin ellos, Lautrec estaba vendido, hicieron de sus peticiones exigencias. Lautrec, en vez de jugar al gato y al ratón con Colonna esperando la oportunidad más propicia, tuvo que ceder a las demandas de Albert von Stein y el resto de capitanes suizos.
¡Dinero, licencia o batalla!
Colonna estaba atrincherado en el parque mansión de Bicoca, al norte de Milán. Una fortificación improvisada, bien guarnecida al tener un pantano al oeste y una carretera con un dique al este, de tal forma que las fuerzas de Lautrec sólo podrían atacar por el norte (con la excepción de alguna fuerza expedicionaria que cruzase el dique por el sur). Fácilmente defendible, pues.
Sin embargo, el ejército francés era mucho más numeroso que el imperial, y contenía a los impetuosos suizos, deseosos de entrar en batalla y/o de cobrar su salario. A Lautrec no le quedó más remedio que ordenar (tal vez sería más adecuado decir «aceptar») el ataque.
El 27 de abril comenzó la batalla de Bicoca. El primero en participar sería el destacamento de los Bandas Negras de Giovanni, un grupo de mercenarios que vestía el luto tras la reciente muerte del papa León X (aunque en esta ocasión se encontrasen en el bando opuesto al papal); considerada la mejor tropa italiana de la época, se dedicaron a limpiar el campo de estacas españolas, para facilitar a los suizos el avance.
Mientras, en el flanco este, al otro lado del dique, una fuerza de caballería pesada (400 jinetes) intentaría cruzar por el puente del sur, intentando atacar por la retaguardia. Pero Colonna ya había tomado medidas: durante la jornada anterior había pedido refuerzos, y Francis Scogna, al mando de 6400 hombres, estaba llegando; sólo tenían que aguantar el primer envite, para lo que mandó la caballería imperial de Antonio Leyva. Los franceses, viendo que todo estaba en su contra, decidieron abortar este ataque y volver con el resto del ejército.
Arcabuceros, al frente
En el flanco norte los suizos avanzaban, con todo el grueso del ejército francés formando detrás de ellos. Lautrec lanzó la orden de que esperasen, para ser apoyados por la artillería francesa en su avance, pero éstos no obedecieron la orden, puede que por pensar que la artillería no haría efecto en el muro de tierra formado por los imperiales, o puede que por un exceso de confianza.
Así, avanzaron bajo el fuego de la artillería enemiga. Sin ningún tipo de resguardo, fácilmente tuvieron 1000 bajas antes de llegar a las líneas imperiales. Pero los orgullosos suizos siguieron adelante, conscientes de su superioridad; algunos subiendo por el terraplén, y otros por la carretera del este.
La fama de los piqueros suizos era temible, a primera vista lo lógico habría sido enfrentarlos con los propios piqueros imperiales. Pero Colonna sabía que los tiempos habían cambiado. El Gran Capitán había revolucionado la organización de los ejércitos imperiales, en unos pocos años serían consolidadas y conocidas como los temibles tercios. Así que en su lugar, mandó formar a los arcabuceros al frente; algo osado, pues si los suizos llegaban al cuerpo a cuerpo, los arcabuceros serían barridos sin lugar a dudas.
No ocurrió tal cosa. Los arcabuceros fueron un completo pelotón de fusilamiento. Bajo sus disparos, miles de piqueros cayeron en su avance, ralentizado por el terraplén. Los pocos suizos que lograron llegar al cuerpo a cuerpo fueron interceptados por los lansquenetes (mercenarios piqueros alemanes), que no tuvieron problema en rechazarles.
Se dice, se comenta, que hubo cierto duelo entre un capitán suizo (Winkelried) y otro alemán (Frundsberg), que además se conocían y se tenían cierto respeto mutuo por haber combatido juntos en el pasado. El duelo lo ganaría el alemán, pero sin querer rematar a su viejo compañero, le dejaría retirarse, muriendo éste en cualquier caso por los disparos de arcabucería.
El caso es que ante la debacle, a los suizos supervivientes no les quedó otra que retirarse.
Bajas suizas en Bicoca: más de 3000.
Bajas imperiales en Bicoca: 1 (dice la leyenda que por la coz de una mula). Ya serían alguna más, digo yo… en cualquier caso, irrelevantes.
Colonna, muy conservador, no ordenó perseguir a los suizos en retirada pese al consejo de sus capitanes, pues según él los franceses ya estaban derrotados y pronto se marcharían; sin embargo, algunos destacamentos imperiales de vanguardia, probablemente espoleados por la incontestable victoria, intentaron avanzar, pero fueron detenidos por los Bandas Negras.
Pero Colonna tenía razón, pues Lautrec detuvo el avance del resto del ejército: sin su principal fuerza de infantería, y ante la evidente buena disposición defensiva de su enemigo, ordenó (esta vez sí) la retirada. Él no lo sabía, pero esta tremenda derrota en Bicoca pasaría a la historia.
Consecuencias de la batalla de Bicoca
Los franceses vieron su situación muy comprometida, y los imperiales terreno abierto para avanzar. Pronto asediarían y tomarían Génova. Los venecianos se retirarían de la contienda. Pero lo más importante: los suizos perdieron su ímpetu; humillados, no volverían a protagonizar esos asaltos frontales que les hicieron legendarios.
Los franceses estaban lejos de ser derrotados, eso sí, y aun tendrían que ocurrir varios enfrentamientos, que desembocarían en la decisiva batalla de Pavía. Pero eso ya es otra historia.
Desde entonces, en español una bicoca es sinónimo de una ganancia fácil o barata.
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