Bernardo de Gálvez está que se lo llevan los demonios. Con todo lo que le ha costado reunir a la flota para atacar Pensacola, Consejo de Guerra incluido, resulta que Irazábal, el jefe de escuadra, se niega a entrar en la bahía.
Y no le falta razón, la verdad. El San Ramón ha encallado, el riesgo es excesivo. Sobre todo porque, incluso si la flota es capaz de entrar, entonces se las tendrá que ver con la artillería británica.
Gálvez está a punto de tomar una arriesgada decisión. Una decisión que cambiará la historia.
España durante la Guerra de Independencia norteamericana
¿Has visto la película El Patriota? En ella, los franceses son los fieles aliados de los rebeldes estadounidenses contra los británicos. Aunque el peso de la revolución cae sobre los patriotas norteamericanos, en la película se marca la llegada de la poderosa flota francesa como el punto a partir del cual los ingleses están perdidos.
Ni una palabra de los españoles.
Es lo que tiene la leyenda negra, que la han escrito los ingleses y todo el mundo se la ha creído (nosotros también). Así como se exageran o inventan algunos hechos, otros son directamente ignorados.
Pero resulta que la ayuda española a los revolucionarios fue tan decisiva, o puede que incluso más, que la de los franceses.
¿Y que se les perdió a los españoles en dicho conflicto? Inicialmente España era neutral, pero estaba reciente la Guerra de los Siete Años por la que España había cedido la Florida a los británicos a cambio de la devolución de la Habana y Manila. Vamos, que había ansias de revancha y una buena oportunidad de debilitar al Imperio de su Graciosísima Majestad. Así que ya de primeras había ayuda bajo cuerda a los rebeldes, y después, con la declaración formal de guerra, las hostilidades fueron un hecho.
Bernardo de Gálvez era por aquel entonces el gobernador de Luisiana (que a su vez había sido cedida en la anterior guerra por los franceses, ya que no la podían mantener). En cuanto tuvo noticias de la ruptura de la paz, puso en marcha a las tropas.
Objetivo: Pensacola
El primer movimiento es tomar Mobila. En enero de 1780, Bernardo de Gálvez zarpa de Nueva Orleans y se reúne con algunos refuerzos que vienen desde Cuba, poniendo sitio al Fuerte Charlotte, donde están las tropas británicas, y que es la clave para controlar tanto la ciudad como la bahía. Las fuerzas españolas (por una vez) son muy superiores. Los británicos intentan aguantar porque saben que hay una columna de refuerzo que viene en su auxilio, pero cuando comienza el fuego de artillería se ven forzados a rendirse.
Con Mobila bajo control, Bernardo de Gálvez ya puede empezar a pensar en Pensacola, que es el corazón de la Florida occidental.
Pero esto ya son palabras mayores. Gálvez necesita muchos hombres y barcos para penetrar por la bahía de Pensacola. Todo depende de que el gobernador de la Habana, Diego Navarro, y el comandante general Navia, aporten los recursos necesarios para tal empresa, así que se desplaza hasta allí para convencerles.
El caso es que los consigue, y dos meses después de la toma de Mobila zarpa de la Habana con una fuerza considerable. Pero se topa con la adversidad: un huracán dispersa la flota. No hay muchas pérdidas, pero la expedición ha fracasado. Y lo que es peor: cuando los británicos se enteran del desastre, envían un contingente de 700 hombres, mitad casacas rojas y mitad indios chactás, con la orden de recuperar Mobila.
El ataque es fallido: aunque sólo 200 españoles guardan el fuerte, con un joven Ramón Castro al frente, se baten a bayoneta calada y defienden con éxito la posición, muriendo el coronel inglés que comanda el ataque y haciéndoles batirse en retirada.
Mientras tanto, Gálvez vuelve a la Habana y se enfrenta a un Consejo de Guerra. Debe tener bastante labia, el amigo Gálvez, y argumentos contundentes, pues consigue una vez más el apoyo necesario. En febrero de 1781 vuelve a partir de la Habana, esta vez con una flota menor, eso sí, con 1300 soldados y 5 navíos, con el buque insigna San Ramón como nave capitana. A todas luces insuficiente, pero con la promesa de recibir refuerzos en cuanto sea posible.
Y en marzo de 1781, comienza la ofensiva.
Bernardo de Gálvez: «Yo sólo»
El primer paso es tomar la isla de Santa Rosa, pues en su extremo occidental da entrada a la bahía, estando protegida la entrada por la batería de Barrancas Coloradas. Un paso peligroso, pero no queda otra.
Y entonces ocurre el desastre: el San Ramón encalla en la primera barra de acceso a la bahía.
Afortunadamente se consigue poner el barco a salvo tras una dura noche de trabajo, pero el revés es importante. El San Ramón tendrá que volver a puerto para las reparaciones pertinentes, y otro barco, el San Carlos, también tiene demasiado fondo. Así que Gálvez ordena dejarlo atrás igualmente y avanzar con el resto de la flota.
La situación ha cambiado bastante: sin los dos navíos principales se pierde mucha potencia de fuego. El riesgo es excesivo. Así que el jefe de la escuadra, José Calvo Irazábal, se amotina (al fin y al cabo Gálvez está al mando de la operación) junto a varios oficiales, y se planta: ellos no van a pasar por allí.
Pero si un huracán no es capaz de parar a Gálvez, no se va a quedar a las puertas de la bahía, así tenga que entrar solo. Y eso es precisamente lo que hace.
Bernardo de Gálvez embarca en el bergantín Galveston, que al venir de Luisiana no está bajo el mando de Irazábal, hiza la bandera de almirante y entra solo en la bahía.
Con un par.
Milagrosamente sale indemne del intenso fuego que recibe desde la Barrancas Coloradas. Audaces fortuna iuvant, que se dice. Sea por pericia o por suerte, logra entrar en la bahía ante la estupefacción tanto de los británicos como de los mandos españoles. Avergonzados, el grueso de la escuadra española decide seguir sus pasos, con la excepción de Irazábal, que se queda detrás con el San Ramón y acusa a Gálvez de traidor, volviéndose a la Habana.
Los barcos consiguen pasar. El primer escollo ha sido superado.
Gálvez inicia entonces el cerco a las defensas británicas: el fuerte George y los reductos de la Reina y del Príncipe. Pronto llegan los refuerzos: desde Mobila y Nueva Orleans, incrementando las fuerzas españolas, mientras éstas intentan acercar la artillería pese a ser continuamente hostigadas por los defensores y por los indios aliados.
Mientras, en la Habana llegan noticias de lo sucedido. A Irazábal le sale mal la jugada: el comisionado Francisco de Saavedra es consciente de la hazaña y sabe que la única opción posible es apoyarla. Así que se envía a José Solano al mando de una flotilla hispano-francesa de 1600 hombres y 15 navíos. Cuando llegan los refuerzos Gálvez ya cuenta con 7800 hombres.
La batalla se sucede, hasta que el 8 de mayo se produce una fuerte explosión en el reducto de la Reina por la que mueren 100 británicos. Gálvez ve que es la ocasión de aprovechar el desconcierto y ordena el asalto a la fortaleza. Ante el ímpetu de los españoles, el general John Campbell se ve forzado a rendirse.
La hazaña está hecha.
Consecuencias
Tras la victoria, en octubre de ese mismo año, de George Washington contra lord Cornwallis en Yorktown, los ingleses se ven sin tropas al norte de Florida y al sur de Canadá, siendo imposible ya para ellos recuperar el territorio perdido.
Mientras tanto, por cierto, Gálvez no ha permanecido ocioso: ha tomado Nueva Providencia en las Bahamas, quedando sólo Jamaica como único reducto británico de importancia en el Caribe. Sin lugar a dudas la habría tomado igualmente de no ser porque Gran Bretaña se vio forzada a pedir la paz.
En el Tratado de París, que ponía fin a la Guerra de Independencia, España mantenía los territorios recuperados de Menorca y Florida, así como Nicaragua, Honduras y Campeche. Sin embargo, no se pudo recuperar Gibraltar (y hasta hoy).
Thomas Jefferson, consciente de la deuda contraída con Gálvez, le escribiría dándole las gracias. En la actualidad, hay una estatua en honor de Gálvez en el parque Gálvez de Washington, y otra en Nueva Orleans. Gálvez desfiló a la derecha de Washington el famoso 4 de julio, y creo que con eso ya se dice todo respecto a la repercusión de su hazaña.
Bernardo de Gálvez obtuvo el título de vizconde de Galveston y conde de Gálvez, y se le permitió incluir el lema Yo solo en su escudo de armas, aunque con el tiempo llegará a ser virrey de la Nueva España, realizando una notable acción de gobierno y desarrollando con éxito sus ideas ilustradas (en particular en el campo de la botánica), aunque no le dio mucho tiempo, pues falleció en noviembre de 1786. Una curiosidad: el propio presidente Obama firmó la resolución conjunta del Congreso por la que se concedía a Gálvez la ciudadanía honoraria de los EEUU.
José Solano fue nombrado marqués del Socorro, y el ayudante de campo Francisco Miranda, del que a buen seguro hablaremos en el futuro por su importancia en la Historia, ascenderá a teniente coronel.
Los recién formados Estados Unidos no tardarían en olvidar la ayuda extranjera, pero eso es otra historia.
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