Filipo se pasea por el campo de batalla. Acaba de conseguir una brillante victoria, una de ésas que pasan a la Historia, aunque él aún no lo sepa (probablemente lo intuye) porque cambian el devenir de los acontecimientos, y sus consecuencias resuenan como un eco distante varios siglos… milenios después.
Pero no ha sido fácil, claro que no. Nada habría sido posible si no hubiesen derrotado a las tropas de élite enemigas. Mira con orgullo a su hijo, Alejandro, artífice de la gesta. El chaval apunta maneras, algún día será un gran general, puede que el mayor de todos los tiempos, aunque eso Filipo no lo ha de ver.
Se acerca a una pila de cadáveres amontonados que están siendo recolocados, con mucho respeto, en parejas. 127 parejas, concretamente. Los supervivientes de dicho cuerpo, aunque capturados y en su mayoría heridos, han sido autorizados para enterrar con honor a sus compañeros.
– ¿Quiénes son estos muertos abrazados entre sí? -pregunta Filipo.
– Son los de Tebas y el Batallón Sagrado de amantes y amados viriles.
Asiente Filipo. Éstos son los hombres que estaba buscando. Mira a los supervivientes capturados, que han hecho una pausa en su penoso trabajo para observar al general que los ha derrotado. Con una señal de cabeza les hace entender que pueden proseguir.
– Perezca el hombre que sospeche que estos varones hicieron algo inapropiadamente- sentencia Filipo.
El Batallón Sagrado de Tebas
Nos encontramos en el siglo IV a.C. El tebano Górgidas tiene una idea para crear un cuerpo de hoplitas de élite: un batallón gay.
Vale, confieso que en la frase anterior he sido algo sensacionalista. Porque dicho así, con los ojos del siglo XXI, es inevitable dejarse llevar por la imaginería popular. Hablamos de la Grecia clásica, y por tanto de culos (entre otras muchas cosas), y nos equivocaremos seguro al imaginar a un grupo de viriles soldados dándose mucho amor. Nos equivocaremos porque la cosa es más compleja.
La idea era crear parejas de maestro y aprendiz, heniochoi y paraibatai respectivamente (aunque la traducción literal es otra). De tal forma que el primero, de mayor edad y más experimentado, instruyese al segundo en las artes de la guerra. El bonus es que le instruyese también en las amatorias. ¿Por qué? Cito al propio Plutarco:
Para varones de la misma tribu o familia hay poco valor de uno por otro cuando el peligro presiona; pero un batallón cimentado por la amistad basada en el amor nunca se romperá y es invencible; ya que los amantes, avergonzados de no ser dignos ante la vista de sus amados y los amados ante la vista de sus amantes, deseosos se arrojan al peligro para el alivio de unos y otros.
Hay que aclarar que en la antigua Grecia la homosexualidad se miraba de forma muy distinta a la actual. Entre adultos no estaba bien vista, pero sí entre un adulto y un joven, como parte de la formación de los adolescentes procedentes de la aristocracia.
Desde este punto de vista, no había nada raro en extender estas prácticas a la enseñanza militar, con el valor añadido del vínculo afectivo entre los guerreros, que jamás abandonarán a su pareja en el campo de batalla y tendrán una actitud casi suicida en la lucha.
De la teoría a la práctica hay un buen trecho. Pero el Batallón Sagrado de Tebas pronto se vería puesto a prueba, nada menos que contra los poderosísimos espartanos.
Bautismo de fuego: la batalla de Tegira
Ocurrió en el 375 a.C. Aunque no pasó de ser una escaramuza dentro de las hostilidades entre tebanos y espartanos, intentando los primeros deshacerse del dominio de los segundos, fue bastante representativa por ser la primera vez en que los espartanos, en clara superioridad numérica, fueron derrotados.
El Batallón Sagrado se enfrentó en solitario a dos compañías de espartanos. 300 contra más de 1000 hombres. Una vez más 300, el número mágico; pero en este caso al revés.
Pelópidas, al mando de las fuerzas tebanas, organizó sus fuerzas de forma muy compacta, rompiendo la línea espartana al primer contacto. Se trataba de una batalla de supervivencia, los espartanos huyeron sin mayor repercusión, mientras que los tebanos habían logrado no perecer.
Un buen comienzo.
El punto de inflexión: la batalla de Leuctra
Se repetía la historia, pero a una mayor escala. En pleno conflicto entre Tebas y Esparta por la hegemonía política entre las ciudades estado griegas, ambos ejércitos, muy parecidos en composición (hoplitas y caballería), y de nuevo con superioridad numérica espartana, se enfrentaron el 6 de julio de 371 a.C.
En estas circunstancias, son los pequeños detalles los que deciden el resultado de una batalla. Al parecer, en una falange había una tendencia natural a desplazarse a la derecha, buscando la protección del escudo del compañero. Es por ello que era práctica habitual colocar a las tropas más veteranas a la derecha, buscando contener este movimiento.
Epaminondas, el general al mando de las tropas tebanas, rompió esta práctica colocando a la caballería y a sus tropas de élite a la izquierda, con el Batallón Sagrado al frente, buscando destruir la fuerza principal espartana. Para ello colocó al resto de su ejército en el centro y a la derecha, por detrás del ala izquierda, siendo mucho más débil que las tropas de su rival, con órdenes de ir retrocediendo de forma ordenada.
Había puesto toda la carne en el asador. Una apuesta arriesgada y novedosa.
La táctica le salió bien: para cuando sus tropas más débiles entraron en contacto con las espartanas, el ala derecha de éstos estaba completamente destruida, y los tebanos rodeaban a los espartanos.
Esparta había perdido así su hegemonía a favor de una Tebas que adquiría el liderazgo griego. Lejos quedaban ya los tiempos de Leónidas…
Un nuevo órdago: la batalla de Mantinea
9 años después de Leuctra, los tebanos han conseguido consolidar su nuevo control creando la Liga Arcadia. Mientras, Esparta se ha aliado con Atenas, que teme a los tebanos, y con Mantinea y Elis.
O, resumiendo, un nuevo choque de trenes entre los todavía poderosos espartanos y el ya legendario (e invicto) Batallón Sagrado de Tebas.
Epaminondas tuvo una nueva genialidad: simulando que iba a montar un campamento a la vista de sus enemigos, éstos comenzaron a hacer lo propio. Sin embargo todo fue una pantomima, y con sus hombres preparados, Epaminondas ordenó coger las armas y lanzarse rápidamente al ataque, que encabezaría él mismo, pillando desorganizados a los espartanos y llevando la iniciativa en la batalla.
De nuevo utilizaría una táctica parecida a la de Leuctra, lo que se conoce como una falange oblicua, con el grueso de tropas lideradas por el Batallón Sagrado en la izquierda (pero en esta ocasión sin avanzar tanto). Y una vez más este ala destruiría al enemigo, rompiendo la línea y asegurando la batalla. Tan sólo la caballería ateniense equilibraría un poco la balanza, poniendo en serias dificultades al flanco derecho tebano.
Una nueva victoria para los tebanos y el Batallón Sagrado, y sin embargo…
Epaminondas había muerto. Ambos ejércitos se retiraron, atribuyéndose a sí mismos la victoria, aunque ésta perteneciese a los tebanos. Con la muerte de su líder, la hegemonía tebana se derrumbó, dejando tanto a Tebas como a Esparta heridos de muerte.
Y despejando el camino para Macedonia…
Final y origen de las leyendas: la batalla de Queronea
Una gran leyenda nace finalizando otra. Así como el Batallón Sagrado se había estrenado derrotando a los poderosos espartanos, éste sólo había de ser derrotado por otro coloso: Alejandro Magno.
En el 338 a.C., Filipo de Macedonia aspira a dominar toda Grecia. Las polis griegas, aliadas bajo el liderazgo de Atenas y Tebas, se enfrentan a Filipo intentando cortar su avance. Pero el astuto Filipo ha pasado buena parte de su juventud preso en Tebas, y ha tenido ocasión de estudiar sus tácticas militares.
Las fuentes no son demasiado precisas, pero podríamos resumir la batalla en dos eventos:
Filipo en el ala derecha
Al parecer Filipo se enfrentó directamente a los atenienses y, tras el primer choque, hizo retroceder a sus tropas al tiempo que hacía avanzar al ala izquierda, realizando un movimiento rotatorio sobre el eje de su línea central.
Los atenienses perseguirían a las tropas de Filipo, pero éstas, al llegar a un terreno elevado, se reordenarían y volverían a plantar cara. Las tropas de Filipo eran más experimentadas y, a priori, estaban más frescas que las atenienses. De forma que cuando se volvieron y contraatacaron les hicieron picadillo, haciéndoles huir. Mientras tanto…
Alejandro en el ala izquierda
El joven Alejandro tuvo su propio bautismo en batalla delante del legendario Batallón Sagrado. Aunque varios historiadores le sitúan al mando de un contingente de caballería, esto es poco probable, pues contra un batallón de hoplitas el resultado sólo podía ser catastrófico.
El caso es que fue un choque de titanes, del que salió victorioso el joven macedonio. Dice la leyenda que los tebanos huyeron ante al arrollador avance de Alejandro, pero que el Batallón Sagrado se mantuvo firme, luchando hasta la muerte.
El fin del Batallón Sagrado
Plutarco afirma que los 300 amantes del Batallón Sagrado murieron allí, aunque otras fuentes afirman que sobrevivieron unos 50. Efectivamente, recientes excavaciones descubrieron 254 cadáveres colocados en parejas en 7 filas debajo del León de Queronea, un monumento erigido en el lugar de la batalla donde ya en época de los romanos se decía que marcaba el lugar de yacimiento del legendario batallón.
Tras 33 años invicto, el Batallón Sagrado encontraba su final dando lugar al comienzo de una leyenda aún mayor.
Consecuencias de la batalla de Queronea
Filipo avanzó por Grecia y, siendo indulgente con los vencidos, logró diversos acuerdos de paz con el resto de polis griegas, todas menos Esparta, que conformaron la Liga de Corinto.
Así, Filipo había conseguido unificar casi toda Grecia bajo su influencia directa, con recursos militares suficientes para la gran campaña que tenía planeada: la invasión de Persia.
En el 336 a.C. se enviaría un avance de la fuerza macedonia, que esperaría a Filipo. Sin embargo éste moriría asesinado antes de poder partir, quedando su hijo Alejandro como rey de Macedonia. Pero ésta es otra historia…
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