Hoy tenía pensado publicar mi primer artículo en esta web (los que me seguís sabéis que hoy estreno dominio, aunque en mi otra web llevo ya tiempo publicando) con un contenido muy distinto.
Pero la actualidad manda. En el momento en que publico este artículo, estamos en plena curva ascendente de casos de contagio del mil veces maldito coronavirus.
Los amantes de la historia tenemos que saber reconocer cuándo vivimos un momento histórico, de esos que algún día pretendes contar a tus nietos, y éste lo es. Sin duda. No pretendo ser alarmista, pero hay que estar muy ciego para no ver lo que está ocurriendo en el mundo.
Así que antes de entrar en el contenido real de este artículo (la reseña de La amenaza de Andrómeda), quiero sumarme al llamamiento a la responsabilidad que se pide en las redes sociales.
Quedarse en casa
Que tampoco es tan grave, ¿no? Sí, ya sé que hace buen tiempo. Sí, ya sé que echamos de menos irnos al bar a tomarnos la cañita de turno y comentar la jugada. O irnos a echar una partida con los colegas.
Pero oye, la mayoría estamos muy bien en casa. Afortunadamente vivimos tiempos en que casi todos tenemos conexión a internet de calidad, con infinidad de contenidos. Y pilas de libros esperando a ser leídos, a «tener tiempo», a que llueva y no apetezca salir de casa.
Es muy sencillo: la única forma de que esta crisis pase pronto, con el menor daño posible por el bien de todos, es disminuir los contagios. Y la única forma de hacer esto es minimizar el contacto con la gente. Quedarse en casa, vamos.
Yo no necesito que un gobierno me prohíba ir al bar o a una manifestación, como tampoco necesito que me prohíba tirarme por la ventana. El gobierno lo hará mejor o peor, ahí no pienso entrar, pero sí en lo que está en nuestra mano. Apliquemos el sentido común y la responsabilidad. No es tan difícil.
Hale no doy más el coñazo con este tema. Termino con que si te quedas en casa, aproveches para leer, por ejemplo. Y ya que los virus están lamentablemente de moda, pues recomiendo…
La amenaza de Andrómeda
Es un clásico de la ciencia ficción. Cuesta (a mí me cuesta) llamar clásico a una novela de 1969, pero la realidad es que ya ha pasado más de medio siglo, muchos no habíamos nacido cuando se publicó.
Ya he hablado de Michael Crichton (aquí), y antes de seguir, tengo que decir que me parece un escritor que no ha recibido el reconocimiento que se merece. Es curioso cómo se le conoce más por las películas que se han basado en sus novelas, como Parque Jurásico o El guerrero número 13, que por las propias novelas en sí. Al menos entre el gran público.
La amenaza de Andrómeda es otro ejemplo de novela llevada al cine. No voy a hablar de la adaptación cinematográfica porque también tiene sus añitos y tampoco es nada del otro mundo.
Pero la novela en sí creo que merece la pena. Es uno de los pocos libros que recuerdo haber leído en mi juventud y que me dejase algún remanente nítido en mi memoria. Ya sabes lo que quiero decir: hay libros que lees pero, con el paso del tiempo, sólo te acuerdas del argumento general, no de los detalles. Hay alguno que incluso dudas haber leído alguna vez.
Pero hay otros que te marcan por uno u otro motivo, no necesariamente por tratarse de una brillantez o algo especialmente original, sino por algún detalle que llama tu atención y queda alojado de alguna forma en tu cerebro.

Es lo que a mí me pasó con La amenaza de Andrómeda. No se trata de una gran novela, en líneas generales, pero recuerdo cómo me enganchó poderosamente en sus comienzos, y aunque pierde algo de fuerza según va avanzando la trama, y de alguna forma la conclusión resulta algo forzada, abunda en detalles que, para los profanos en la materia, me parecen interesantísimos.
La materia, por si no estaba claro ya, es la contención de un agente biológico de origen extraterrestre que amenaza con destruir a la humanidad (no desvelo nada, ésta es la sinopsis de la novela). Vamos, algo que viene muy a cuento en estos días, no porque sea el caso (el coronavirus no es, que se sepa, de origen extraterrestre), pero sí en cuanto al modus operandi de los científicos que trabajan para frenar su expansión. Que, supongo, tendrá mucho que ver con el que nos relata Crichton en la novela.
Estamos hablando de ciencia ficción dura. Con mucho de ciencia y poco de ficción. No apta, probablemente, para lectores que buscan mucha acción sin importarles demasiado la lógica, sino más bien todo lo contrario.
– Como saben -decía- nos encontramos en el piso superior de una estructura subterránea que tiene cinco. Según el protocolo, tardaremos cerca de veinticuatro horas en descender, pasando por los procedimientos de esterilización y descontaminación, hasta al piso inferior.
(Fragmento de La amenaza de Andrómeda)
Puede hacerse algo tediosa si te aburren los detalles técnicos, aunque tengo que decir que yo, que tengo formación científica pero me aburre soberanamente la biología, encontré muy interesantes ciertos procedimientos, protocolos de seguridad (probablemente lo más notable del complejo en el que los protagonistas estudian el agente biológico, y que tal vez sea el verdadero protagonista), así como la sensación de que todo lo que se cuenta podría ser perfectamente cierto. Que no deja de ser un punto de interés, por otra parte, porque la sensación de realidad es lo que le da un extra de valor a algo ficticio.
Pero es una novela ligera, al más puro estilo Crichton y de la que guardo, como decía antes, buen recuerdo.
Es obvio que, medio siglo después, en La amenaza de Andrómeda muchos conceptos y tecnologías ya estarán anticuados. Basta con quitarse las gafas de la meticulosidad para disfrutar de la esencia de la historia.
Así que si no habéis tenido suficiente ración de virus, aquí tenéis un buen título, clásico pero más vigente que nunca. No olvidéis las mascarillas.
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