En el momento en que se publica este artículo nos encontramos en plena cuarentena, intentando hacer frente al mil veces maldito coronavirus que ha puesto al mundo de rodillas. El Ministerio de Defensa ha llamado al operativo militar «operación Balmis».
¿Por qué este nombre?

La viruela, el gran enemigo
Hoy luchamos contra el coronavirus. Pero no ha sido (ni será, por desgracia) la primera pandemia a la que se enfrenta la Humanidad. Ha habido decenas de enfermedades absolutamente letales a lo largo de nuestra historia, que han segado las vidas de millones de personas.
Pero entre ellas, tiene un lugar destacado la viruela. En este artículo de la wikipedia podéis leer al respecto de la misma, si tenéis curiosidad, pero os haré un resumen del mismo.
La viruela nos ha acompañado desde tiempos inmemoriales. Tan terrible fue, que en algunas culturas no se ponía nombres a los niños hasta que sobrevivían a la viruela. También se cree que fue la gran enfermedad que arrasó con los nativos americanos cuando llegaron los españoles, por ejemplo.
¿Por qué hoy en día no nos causa demasiado temor, al menos entre nuestra generación? Pues porque afortunadamente está erradicada. En la actualidad sólo hay, que se sepa, dos cepas del virus, conservadas en estado criogénico (una en EEUU y otra en Rusia). Pero no hace tanto tiempo de esto: en 1978 falleció la última víctima del virus. El mérito fue de la gran campaña de vacunación promovida por la URSS en los años cincuenta. Ojalá no vuelva a aparecer nunca.
La vacuna fue, sin duda, el arma principal para derrotar a la viruela. Lo que nos lleva a su principal artífice.

Edward Jenner y la primera vacuna
A finales del siglo XVIII, Edward Jenner, un médico rural inglés, observó un fenómeno en las ordeñadoras de vacas. Por el contacto con los animales, contraían una variante leve de la viruela, una viruela vacuna, que hacía que quedasen inmunizadas frente a la viruela humana. Y de ahí el origen de la palabra.
Aunque inicialmente fue mal visto por la comunidad científica, Jenner se dedicó a inocular el virus de esta viruela vacuna en algunos niños. Los resultados fueron muy buenos, ninguno contrajo la viruela.
Las críticas y las mofas no tardarían en tornarse en reconocimiento internacional. El propio Napoleón vacunó a sus tropas contra la viruela. Y cuando la nobleza inglesa empezó a vacunarse en masa, se despejaron todas las dudas respecto a sus bondades. Pero el principal uso de esta vacuna iba a darse en España…
La Expedición Balmis
También conocida como la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Francisco Javier Balmis, médico militar y cirujano honorario de la corte de Carlos IV, le propuso al rey un viaje tan audaz como ingenioso. Y añadiría que no exento de polémica, al menos visto con los ojos de hoy.
La necesidad era llevar la vacuna al continente americano, pero claro, cruzar el océano no era cosa baladí en aquel tiempo, y el fluido vacuno no resistiría el viaje.
La idea fue utilizar una cadena humana de niños portadores del mismo. ¿Por qué niños? Pues porque la vacuna prendía en ellos con más facilidad; con una lanceta impregnada del fluido se les realizaba una incisión superficial en el hombro, y unos diez días después surgían un puñado de granos que exhalaban el valioso fluido antes de secarse definitivamente. Era éste el momento de traspasar la vacuna a otro niño. Balmis vacunaba dos niños cada vez para asegurarse de que esta cadena humana no se rompiera.
Así que llevó a veintidós niños, que en once parejas fueron transmitiendo la vacuna uno a otro. Estos veintidós ángeles (porque si esto no eran ángeles no sé qué otra cosa puede serlo) surgieron de hogares de huérfanos, ya que nadie estaba dispuesto a ceder a su propio hijo para la empresa.
Aquí está donde reside el punto de polémica, al menos en mi opinión. No me cabe duda de la buena intención del doctor Balmis, y es evidente que se salvaron miles de vidas. Pero el uso de niños indefensos para ello, pues… claro, insisto en que con los ojos de hoy en día la cosa adquiere tintes turbios. Con los medios de hoy esto resulta impensable. Qué duda cabe que en su momento fue el menor de los males.
Murieron dos de los angelotes, por cierto. Los chavales, algunos muy pequeños (de menos de tres añitos), debieron pasarlo bastante mal, no sólo por la enfermedad, el viaje era duro y muy largo. Y no exento de peligros.

El 30 de noviembre de 1803 partía de la Coruña el María Pita, una corbeta con 37 personas a bordo, incluyendo a Balmis, los veintidós niños, y al menos otros dos personajes de relevancia: Isabel Zendal (o de Sendales, como he leído en algún lado), rectora del orfanato, y José Salvany, subdirector de la empresa, además de varios médicos y cirujanos. En la corbeta también iban dos tesoros: una carga de linfa de vacuna guardado entre placas de vidrio selladas, y algunos de ejemplares de un tratado que explicaba cómo vacunar y conservar la linfa.
El primer destino fueron las Canarias, para después viajar después al Nuevo Mundo. No fue un viaje sencillo, como decía. De hecho sufrieron un naufragio del que, por suerte, fueron rescatados. Curiosamente al llegar a Puerto Rico no fue necesario vacunar a nadie, ya que la vacuna ya había llegado desde la isla de Saint Thomas.
Pero aún había mucho trabajo por hacer.
La expedición se divide
Se instaló la Junta Central de la Vacuna en Caracas, y desde ahí, para cubrir más terreno, la expedición se dividió en dos.
Balmis y Zendal irían a Cuba (donde pasó algo parecido a Puerto Rico, pues la población estaba vacunada tras el trabajo del médico Tomás Romay), para después seguir viaje a Méjico, y de ahí a Filipinas.
Desde Filipinas, la expedición volvería a Acapulco. Isabel Zendal volvería con ella, y permanecería en Puebla (Méjico) con su hijo, donde moriría años después. Pero Balmis no daba por terminado el trabajo, y decidió viajar a China para continuar con la campaña de vacunación.
Balmis llegó a Macao, por aquel entonces colonia portuguesa, jugándose el tipo (y el de los niños que le acompañaban), porque las aguas estaban infestadas de piratas. Parece ser que a duras penas logró alcanzar la costa en una barca con tres niños. De ahí fue a varias ciudades, hasta Cantón. Hay versiones contrapuestas respecto al éxito de su viaje por China. En cualquier caso, terminó dando la vuelta al mundo y regresando a España en 1806, cuatro años después de su partida, no sin antes pasar (y vacunar) por la isla inglesa de Santa Elena.
Y por otra parte, Salvany recorrería sudamérica, pasando por Venezuela, Panamá, Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Bolivia. Un largo, duro y penoso viaje de siete años en el que el que finalmente perdería la vida (al parecer padecía del tifus), a la edad de 34 años.
Allí donde iban, una u otra rama de la expedición, el procedimiento era el mismo: vacunaban y dejaban instrucciones y un pequeño operativo sanitario, para poder seguir viaje. En muchos casos debían superar la resistencia de la población, para lo que era de vital ayuda el vacunar primero a la clase noble, dando así ejemplo y tranquilidad al resto.

Consecuencias de la Expedición Balmis
Solemos decir que estamos en guerra contra el coronavirus, y en cualquier caso, la Expedición Balmis no dejaba de ser médico-militar. De ahí que este artículo sea muy apropiado para una sección de historia bélica.
Nada tienen que envidiar los héroes de los que he hablado en estas líneas a los que se juegan el tipo en el campo de batalla, o a las expediciones filantrópicas que tanto vemos en novelas y películas. La empresa de Balmis fue espectacular, el esfuerzo fue titánico, y el resultado incuantificable: se estima que más de medio millón de personas fueron vacunadas. A través de selvas, montañas y mares, la expedición Balmis salvó incontables vidas.
Científicos de talla mundial, como el propio Jenner o Alexander von Humboldt, se deshicieron en elogios hacia la Expedición Balmis.
La viruela aún tardaría casi dos siglos en ser derrotada, pero fue gracias a gestas como ésta que se consiguió. Y es por ello que la operación actual contra el coronavirus adquiere tan digno nombre.
Referencias
Por suerte, con la Expedición Balmis no ha ocurrido lo mismo que con otras grandes gestas de nuestra historia, ocultas o medio olvidadas en el tiempo. Y aunque por desgracia ésta tampoco es muy conocida, sí hay varias referencias culturales que podemos disfrutar.
Destacaré tres: la película española 22 ángeles, por cierto muy reciente, basada a su vez en la novela Ángeles Custodios de Almudena Arteaga, y la novela A flor de pielde Javier Moro.
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