Ergica observa con preocupación la columna de humo negro que se eleva hacia el cielo. Esos malditos saqueadores han terminado su trabajo y prendido fuego a lo que quedaba en pie.
Todavía hay algún vecino que ha conseguido huir y está llegando a la fortificación, buscando asilo. Le persiguen algunos guerreros vikingos, pero desisten pronto en su empeño, en cuanto están al alcance de las flechas de los defensores.
– No te preocupes, hermano. Aquí estaremos seguros -le dice Olmundo poniéndole la mano en el hombro.
Ergica niega con la cabeza.
– Sabes que no aguantaremos mucho. Ya has visto de lo que son capaces esos bárbaros.
– Aguantaremos lo que haga falta… Y si no, nos llevaremos a más de uno por delante.
Decisión no le falta a Olmundo. Pero ambos saben que Ergica tiene razón. Con vana esperanza, miran hacia el este, hacia la colina, esperando ver brillar las armas y armaduras de las tropas del rey. Pero el desánimo les puede cuando no ven más que cuervos revoloteando en busca de carroña.
Están solos.
Vikingos en la playa de Gijón
Cuando hablaba (en mi otra web) del Blood Rage, puse un vídeo-reseña del genial Chema Pamundi en el que nos decía: «los vikingos son como el chocolate: a todo el mundo le gustan». Es una verdad como un templo, algo tienen los vikingos que, lejos de haber heredado el temor con el que en la Edad Media se les tenía por mismísimos demonios, a día de hoy nos producen admiración y cierta atracción.
La verdad es que tengo pocos recuerdos de mi infancia, apenas pequeñas gotas, sutiles detalles descolocados. Ojalá tuviese mejor memoria. Pero uno de esos detalles lo tengo grabado a fuego: el momento en que mi padre me contaba, visualizando la playa de San Lorenzo de Gijón, cómo los vikingos llegaron con decenas de barcos a esa misma playa hacía 11 siglos.
Cada vez que veo esa playa me viene a la memoria el mismo recuerdo. El recuerdo de una imagen que nunca vi, pero ocurrió.
El 31 de julio del año 844, según las crónicas, un tremendo contingente vikingo formado por 115 embarcaciones (150 según algunos investigadores) y unos 5000 guerreros tocaron tierras asturianas. Al parecer habían llegado allí después de verse desplazados de su ruta original desde Bayona por una tormenta. Probablemente tenían la intención de ir saqueando la costa mientras se dirigían a las ricas ciudades andalusíes del sur de la Península.
¿Qué ocurrió entonces? Difícil decirlo, pues ni siquiera está claro qué había en ese momento en lo que hoy es Gijón. Sin duda vieron la fortificación romana que rodeaba el cerro de Santa Catalina, que corona el extremo occidental de la playa. Puede que estuviesen tanteando el terreno y a las fuerzas defensoras, por aquel entonces las de Ramiro I, rey de Asturias. Tal vez llegaron a una especie de acuerdo, pues sin duda necesitarían agua fresca y provisiones, y no creo que las tropas de Ramiro estuviesen muy deseosas de entrar en combate contra este nuevo enemigo.
O tal vez fueran expulsados tras una primera escaramuza… Estas expediciones vikingas no eran de conquista, sino de saqueo (cuando la cosa pintaba fácil) o comercio con lo saqueado (cuando pintaban bastos). De forma que las pérdidas no eran asumibles: si no se podía sacar tajada, a por la siguiente presa, pero nada de luchar hasta la muerte.
El caso es que la crónica sólo aporta dos datos relevantes y muy precisos: la fecha, y el hecho de que se fueron. ¿Hacia dónde? Hacia el oeste, recorriendo la costa, de camino a Jakobusland (Tierra de Santiago, pues el descubrimiento de su tumba, tres décadas antes, ya era conocido en toda Europa), como así llamaban a las tierras gallegas.
Y se dedicaron a hacer lo que sabían.
El saqueo de Jakobusland
Estuvieron en Lugo. Destruyeron Clunia (en La Coruña), atraídos por la majestad del Faro Brigantium (el Faro de Hércules), que creyeron depósito de tesoros. También pasaron por Tuy.
Arrasaron el monasterio de Cálago, ya en la costa atlántica. Y utilizaron la ría de Arousa como puerta de entrada para sus razzias.
Alguna pequeña base debieron construir, en pequeños asentamientos durante cortos periodos de tiempo. En O Salnés, por ejemplo, cerca de la ría; o en O Vicedo, donde se dice que hay unos restos.
Todo ese territorio pertenecía entonces a la corona Asturiana. ¿Dónde estaban los ejércitos del rey? Probablemente Ramiro estaba reuniendo a un contingente que pudiese hacer frente con garantía a los vikingos. Tengamos en cuenta también que éstos se movieron mucho más rápido en barco de lo que podrían hacerlo las tropas terrestres de Ramiro. No es difícil imaginar que el rey necesitaría de un par de semanas para organizar a sus hombres y al menos una semana más de marcha hacia el oeste.
Y mientras, los saqueadores operaban a placer. Así llegaron a la población de Chantada, a orillas del Miño, cuyos asustados habitantes solicitaron refugio a los hermanos caballeros Ergica y Olmundo de Erice, en su fortificación de Castro Candaz.
Sin embargo, todos eran conscientes de que no aguantarían mucho si no recibían algún tipo de ayuda…
Llegan los refuerzos
Por fin, apareció Ramiro con sus tropas. No importaba lo fieros que fuesen los vikingos, acostumbrados a enfrentarse a cristianos temerosos y pacíficos. Si algo sabía hacer el reino de Asturias era defenderse. Siglo y medio había pasado desde la batalla de Covadonga, y no pocos enfrentamientos había tenido este pequeño reino, ya no tan pequeño a estas alturas de la película. Sus gentes estaban acostumbradas a tener que vérselas con la poderosa Al-Ándalus. Gentes duras acostumbradas a una vida difícil.
¿Cómo ocurrió la batalla? Lamentablemente no lo sabemos. Ni número de combatientes, ni tácticas… Pero sí sabemos que Ramiro derrotó a los vikingos, y junto a los defensores de Castro Candaz, les empujó hasta el Miño donde, según la crónica, quemó 70 naves. Toda una desgracia para los vikingos que, ahora sí, habían sido echados a patadas.
La zona de la batalla se llama Camporramiro por motivos evidentes, y de ella han salido nombres de familias ilustres, como los ya mencionados Ergica y Olmundo de Erice o Eriz (que posteriormente sería una familia de rancio abolengo en Pamplona), o los Camba, Taboada y Temes.
Aquello no fue el fin de las incursiones vikingas, por supuesto. Pero sí es verdad que éstos nunca llegaron a asentarse de forma permanente, como ocurrió en Irlanda o en Normandía (que no se llama así por casualidad).
Probablemente a consecuencia del terror que debieron propagar los vikingos, se construyeron en todo el reino varias fortificaciones con el objetivo de hacer frente a futuras expediciones. Y bien que hicieron, pues éstas no tardarían en volver a presentarse. Ordoño, el hijo de Ramiro, tendrá que emular a su padre llegado el momento. Pero de eso ya hablaremos en el futuro (mientras podéis ir abriendo boca en Celtiberia.net).
El que se fue a Sevilla…
Mientras tanto, aún había vikingos expulsados que no pensaban volver a casa con la mitad de barcos y las manos vacías. ¿Dónde ir si no se lo podían pasar a lo grande en el norte? Pues al sur, claro.
Tras pasar por Lisboa, llegaron a Cádiz, penetraron por el Guadalquivir, atacaron Medina Sidonia, y a finales de septiembre saquearon Sevilla. Lo que inicialmente había sido un problema muy serio para los cristianos del norte, se había tornado en un problemón para los musulmanes del sur, pues los vikingos se habían hecho con un cuantioso botín, con una base con acceso al mar, y con unas valiosas monturas que les permitieron dedicarse a hacer lo que mejor sabían en Coria, Isla Menor, Tablada, Morón, Niebla…
Abedarramán II, el emir de Córdoba, no estaba dispuesto a consentirlo. Si los cristianos estaban acostumbrados a la guerra, los musulmanes no les iban a la zaga. En noviembre, tras reunir a su ejército, Abderramán presentó batalla en los terrenos de Tablada a los al-magus (paganos), como así les llamaban.
Los vikingos debieron alucinar. Les habían echado a patadas hacía unas pocas semanas, y esta derrota fue aún más sonada. No debían estar muy acostumbrados a perder, y en apenas un par de meses habían recibido dos sonadas palizas. Los supervivientes se refugiaron en la capturada Sevilla, viéndose después forzados a volver a las naves. Y finalmente, a negociar.
El caso es que las negociaciones no debieron ir muy mal. Abderramán envió a un diplomático con ellos, quedándose con unos 500 prisioneros a modo de rehenes que, con el tiempo, se quedaron en la zona, se convirtieron al Islam y dejarían su impronta cultural y genética al integrarse en la población.
La leyenda de los vikingos de Cudillero
Para el que no lo conozca, Cudillero es una pequeña y hermosísima población costera asturiana, sita al occidente de Gijón, al otro lado del Cabo de Peñas. Visita más que recomendable, aunque si me permitís el consejo, mejor en temporada baja.
Dice la leyenda, bastante fundada, que sus habitantes son descendientes de los vikingos, que encontraron en la escarpada costa asturiana refugio para sus naves y una base desde la que operar.
Las pistas están ahí: en Cudillero se habla el pixueto (de hecho éste es el gentilicio de Cudillero), un dialecto con marcadas influencias germánicas. Sus habitantes tienen rasgos genéticos muy marcados, con pelo rubio, ojos claros, piel sonrosada… Pixueto puede venir (según Menéndez Pidal) de la voz latina «piscis» y de la terminación germánica «ottu».
Por cierto que de aquí viene también el nombre que se le pone en Asturias al rape: pixín, pues en Cudillero se llamaba pixuetín.
El escudo de armas de Cudillero contiene seis cuervos. También hay cuervos en los escudos de Muros del Nalón, Soto del Barco y Pravia, localidades todas éstas próximas a Cudillero (todas juntas formaban un mismo concejo hasta mediados del siglo XIX). Recordemos que los vikingos identificaban a Odín con los cuervos.
También está la historia de un noble asturiano, Félix Agelazi, que en el s. XI se rebela contra el rey Alfonso V y, viéndose expulsado, se ve forzado a huir con la ayuda de la ex-reina Velasquita Fernández en naves normandas. ¿De dónde iban a salir esas naves, sino de alguna base costera vikinga? Por cierto que este noble volvería y sería perdonado, y a su vuelta daría origen a la población asturiana de Bañugues. Pero ya me estoy yendo otra vez por las ramas.
En fin, parece bastante claro que hubo asentamientos normandos en la zona. ¿Fueron los mismos vikingos que huyeron de Gijón los que se establecieron aquí? Es posible. Pero también lo es que llegasen más tarde en alguna de las múltiples visitas que harían al territorio.
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