Es la víspera de Navidad, pero en el frente de batalla no hay lugar para villancicos, árboles o regalos.
¿O tal vez sí?
Invadido por la melancolía, empapado y aterido de frío, un soldado alemán empieza a entonar el villancico que le gustaría estar cantando junto a su familia, cerca de la chimenea. Espontáneamente, algunos de sus compañeros se unen al cántico. No les importa estar a unos pocos metros de las trincheras enemigas, nadie puede quitarles ese momento.
Y entonces ocurre un milagro navideño. Desde la trinchera inglesa, los soldados enemigos se unen al cántico, en su propio idioma pero con la misma melodía. Probablemente sea la primera (y la última) vez en la historia en que dos bandos enfrentados se ponen a cantar la misma canción.
Alguien decide dar el paso. Hay que tenerlos muy bien puestos. Un soldado sale de la trinchera con las manos en alto y un paquete de cigarrillos en la mano.
Nadie dispara. Lo dicho, un milagro de Navidad.
La tregua de Navidad
Año 1914, Primera Guerra Mundial (aunque muchos historiadores afirman que es un nombre desafortunado, pues ha habido más guerras que hayan involucrado a todo el mundo; y porque no tiene mucho sentido distinguir entre la Primera y la Segunda, en el fondo).
La guerra es muy jodida. No sé si más o menos que en otras épocas, pero los testimonios que nos llegan es que ha sido especialmente cruenta. Por condiciones, ya que la guerra de trincheras es terrible y vuelve loco a cualquiera. Y por números, que la pila de cadáveres es apocalíptica. Si no habéis visto algún documental de los centros psiquiátricos en que trataban a los soldados que venían del frente… mejor no lo veáis, son imágenes muy duras.
No obstante, me cuesta encontrar una explicación a esta tregua. Puedo entender que el pobre soldado que sólo intenta sobrevivir en una de esas trincheras no alberga ningún odio real por el enemigo que tiene enfrente.
Pero es que lo que ocurrió fue muy importante. No es sólo que cantasen villancicos juntos e intercambiasen cigarrillos. Es que se hicieron regalos: sombreros, chocolate, tabaco… como si fuesen colegas de toda la vida. Hay comunidades de vecinos que se llevan mucho peor.
La cosa no se quedó ahí. Ayudaron a enterrar dignamente a sus muertos; es probable que el mismo soldado que apretó el gatillo que acabó con la vida de uno de ellos ayudase en la ceremonia e incluso presentase sus respetos.
Y después… ¡jugaron un partido de fútbol! Ahora es cuando pones la tele y ves a los energúmenos que llenan de violencia las gradas, a los que insultan a los jugadores y/o árbitros (este fin de semana fue suspendido un partido por insultos a uno de los jugadores), y las entradas rompepiernas de algunos «jugadores» a sus rivales. Pues no, los soldados ingleses y alemanes disfrutaron con un balón (¿quién tenía un balón de fútbol en el frente?) como niños pequeños. El resultado, por curiosidad, es que ganó Alemania 3-2.
Por favor, creo que debemos hacer un esfuerzo por visualizar la escena. Soldados armados que hasta hacía horas se habían estado pegando tiros, en un escenario de guerra abierta, no dejan escapar un solo tiro que perturbe esta tregua, y celebran la Navidad como buenamente pueden, con gente con la que no comparten ni el idioma, como si fuesen colegas de toda la vida. Si esto no es un milagro, que baje Dios y lo vea (nunca mejor dicho).
¿Y qué opinaban los altos mandos? Había una orden expresa para que cosas así no ocurriesen, e incluso se tomaron medidas, en días posteriores, para que no volviese a suceder algo semejante. Se rotaron tropas y se ordenaron bombardeos selectivos, con el objetivo de que no hubiese muchas ganas de «practicar la paz».
No obstante, y esto es lo que más me llama la atención, no fue un hecho aislado. En algún sector la tregua duró hasta el año nuevo, e incluso está documentado un armisticio que duró hasta finales de febrero.
En definitiva, lo que podía haber sido «la masacre de Navidad» fue «la tregua de Navidad», uno de los episodios más surrealistas de la Gran Guerra.
Consecuencias de la tregua de Navidad
Ninguna. La Guerra continuó, como sabemos, durante cuatro años más. Y tras las terribles batallas de Verdún y Somme y el recrudecimiento de la guerra (sí, las cosas siempre pueden ir a peor) a los soldados se les quitaron las ganas de celebrar nada.
No obstante, sí están documentados hechos similares. Como el pacto entre soldados de disparar en zonas desocupadas para evitar bajas.
Pero sí quiero sacar una conclusión personal, que es el motivo por el que hoy me he decidido por este artículo.
La paz mola. Y la Navidad también
Esta sección del blog está dedicada a batallas históricas. Porque la guerra, desde un punto de vista lúdico, nos gusta. Los hechos de armas nos gustan porque implican historias de valor, de honor, de coraje, de luchar por causas justas. Situaciones heroicas que provocan nuestra admiración.
En cierta ocasión mi madre me preguntó por qué me gustaban tanto las películas de acción y/o bélicas. Que si no me cansaba de ver tantas muertes. La respuesta estaba clara: no me gusta ver muertes, pero sí escenas emocionantes, visualmente espectaculares, o con una profunda historia detrás. La guerra está cargada de cosas así.
Pero creo que de vez en cuando es conveniente bajar al suelo y poner los pies en la tierra. La tregua de Navidad es un episodio, si cabe, aún más emocionante que cualquier batalla. No es sólo una lección de humanidad, una pequeña esperanza en medio de un conflicto tan terrible como la Gran Guerra.
Es algo que hay que celebrar y recordar. Un aviso a políticos, generales y mandamases varios, de que la gente lo que quiere es buen rollo. Que conflictos los ha habido y los habrá siempre, por desgracia, pero que está en nuestra mano echarle valor para salir de la trinchera con las manos en alto.
Y quiero aprovechar para romper una lanza (de nuevo, nunca mejor dicho) en favor de la Navidad.
La Navidad es una época muy complicada en muchos sentidos. La gente suele hablar de vacaciones, pero la realidad es que son los días en los que menos tiempo tenemos, por unas cosas o por otras.
Además, hay esa especie de ambiente en el que te ves obligado a muchas cosas. Te ves obligado a ser feliz, cuando en realidad te sientes melancólico por la gente que te falta. Te ves obligado a cenas/comidas de empresa, a regalar (no hay nada peor que un regalo forzado), a dar las gracias por tener salud (incluso si no la tienes) cuando no te toca la lotería, a visitar el mercadillo de la Plaza Mayor de Madrid y a gastarte un dinero que no tienes. Yo también odio todas esas cosas.
Sin embargo… la Navidad mola. Motivos religiosos aparte, que algunos tendrán y otros no, creo que sí existe un sentimiento universal en nuestra cultura que tenemos bien implantado, y que para algunas cosas sí saca lo mejor de nosotros mismos.
No me creo que todos los soldados ingleses y alemanes fuesen igual de religiosos, ni siquiera que les gustase especialmente cantar villancicos. Pero ahí estaban, celebrando, regalando chocolate al enemigo, haciéndose una foto con ellos y echando unas risas mientras golpeaban un balón. Y el motivo de fondo era la Navidad.
Es por ello que en esta ocasión, y dadas las fechas en que estamos, me he decantado por este pastelón artículo, no para hablar de una batalla… pero sí para hablar de un hecho bélico histórico que viene muy a cuento.
Ojalá vengan muchos milagros de Navidad en el futuro como el que nos trajo la tregua de Navidad, y que la guerra sólo esté presente en nuestros juegos.
Os deseo que paséis felices fiestas y que no os falte una buena lectura ni ocasión de tirar dados (o pintar minis, echar unas cartas… lo que sea que prefiráis).
P.D.: aunque pueda parecerlo, no me voy de vacaciones. La semana que viene tendré artículo de uno de mis colaboradores habituales.