El sultán Abd-ul-Hamid I, «el Santo», como le llamaban sus súbditos en el Imperio Otomano, avanzaba junto con el resto de su ejército hacia la localidad de Karánsebes. Aunque su conflicto era con los rusos, esperaba enfrentarse a las tropas de sus aliados austriacos.
Si los turcos hubiesen sabido de la alianza entre José II de Habsburgo y la Zarina de Rusia probablemente habrían atrasado su ofensiva. Pero ya era tarde para volver atrás..
No importaba, les derrotaría igualmente si era necesario.
Ordenó establecer un campamento a la espera de que sus exploradores confirmasen la posición del ejército enemigo. Estaba anocheciendo ya aquel 18 de septiembre de 1788. No tuvo que esperar mucho, al amanecer del día siguiente fue informado de primera mano por uno de sus exploradores, que mostraba un rostro estupefacto. ¿Tan malas eran las noticias?
– Mi señor, hemos encontrado a los austríacos -dijo mientras se inclinaba en señal de respeto.
– Excelente, ¿de cuántos hombres estamos hablando y dónde se encuentran? ¡Preparémonos para el combate!
– Mi señor, eso no será necesario.
El sultán miró con sorpresa al soldado. ¿Acaso le estaba contradiciendo? ¡Le mataría allí mismo con sus propias manos por semejante osadía!
– Mi señor -dijo apresuradamente el explorador, que ya veía lo que se le venía encima-, no será necesario porque ya hemos ganado.
-¿Qué? ¿Cómo es eso posible? ¡No he ordenado ningún ataque! ¿Cuántas bajas hemos tenido?
– Ninguna, mi señor -el soldado levantó la cabeza olvidando toda precaución-. Pero Alá ha obrado un milagro. ¡Hay miles de muertos!
Karánsebes, dos días antes
En la madrugada del 17 de septiembre de 1788, el emperador José II de Austria acaba de disponer su campamento en las afueras de la ciudad de Karánsebes. Según los últimos informes, es inminente que llegue el ejército otomano, así que es necesario posicionarse de la mejor forma posible en el terreno.
Su ejército es una amalgama de nacionalidades: realmente sólo los oficiales y una pequeña parte son austriacos, el resto son tropas de otros pueblos sometidos: italianos, húngaros, rumanos, serbios y croatas. En total unos 100.000 hombres. Más que suficiente para hacer frente a los turcos.
Con el campamento establecido, se envía al regimiento de húsares para inspeccionar los alrededores en busca de fuerzas enemigas.
Destacamento de húsares
La misión de reconocimiento es, en realidad, un agradable paseo por el campo. Todavía no hace demasiado frío, el verano da sus últimos coletazos. Sopla una suave brisa en la mañana que anima a disfrutar de la cabalgada. El ambiente es bueno, distendido.
De pronto, uno de los húsares da la voz de alarma. Nada que temer, sin embargo, no son más que unos gitanos que transportan un cargamento. Barriles. ¿Barriles de qué?
– Será mejor que lo averigüemos -dice socarrón el sargento al mando.
¡Aguardiente! La mañana no puede ir mejor. Los húsares les compran todos los barriles (nota: aunque las fuentes históricas no especifican nada al respecto, tengo mis serias dudas de que la compra sea bajo un precio justo, es más, sospecho que el verbo «comprar» debería modificarse por «requisar»; pero no añadamos más vergüenza a los hechos aquí relatados).
El paseo por el campo acaba de convertirse en una inesperada fiesta campestre. La fortuna sonríe a los hombres del emperador…
Primer contingente de infantería
El Alto Mando está visiblemente preocupado. Los húsares enviados a inspeccionar los alrededores no han vuelto. No se han oído disparos, y no es concebible que no haya podido sobrevivir ninguno en caso de emboscada, pero algo no va bien.
Así que envían al primer contingente de infantería. Las órdenes son cruzar el río Timis y hacerse fuertes en una posición segura, mientras buscan a los húsares.
Se trata de un contingente ya relativamente potente. No tan maniobrable como la caballería ligera, pero mucho más numeroso, capaz de hacer frente a cualquier fuerza enemiga.
Avanzan con precaución, sin perder la formación. Precauciones innecesarias, pues una vez pasado el río, y sin avistar ningún tipo de conflicto, lo que se encuentran es una gran fiesta. Los húsares están completamente borrachos, cantan canciones soeces y se lo están pasando en grande.
Nada que temer pues. El caso es que hay bastantes barriles. ¿Por qué no unirse a la fiesta?
Destacamento de húsares
– ¡Señor, mire!
Un contingente de infantería se acerca bajando la colina.
– ¡Esos apestosos [ponga aquí el nombre de alguna de las nacionalidades anteriormente mencionadas] vienen a quitarnos nuestro alcohol!
– ¡No voy a consentirlo! -consigue decir el sargento, no sin esfuerzo, al tiempo que saca su sable a relucir, apunto de rebanarle la oreja a uno de sus hombres- ¡Si quieren beber, que se busquen ellos su propia bebida! ¡Formen barricadas!
Y los húsares colocan los barriles vacíos y las carretas a su alrededor, formando un improvisado puesto defensivo, con los caballos a resguardo en la parte de atrás.
Primer contingente de infantería
Los ánimos están tensos, hay algún que otro empujón. El sargento al mando ha ido a negociar con el sargento de los húsares, pero éste no parece querer entrar en razón. ¿Por qué no quieren compartir su bebida? Está claro que hay suficiente para todos. Por muy cabezones que se pongan, los soldados son más, si es necesario se la arrebatarán a la fuerza… y luego que los oficiales den las explicaciones pertinentes al Alto Mando.
De pronto, se oye un disparo. ¿Ha sido uno de los húsares, que ha perdido los nervios y ha disparado al aire?
– ¡Turcii! ¡Turcii! -grita un rumano.
¡No, es un francotirador turco! Los húsares están protegidos tras su improvisada barricada, pero la infantería no. ¡Hay que ponerse a cubierto!
Cunde el pánico. Los soldados echan a correr en todas direcciones.
– ¡Halt! ¡Halt! -grita un oficial austríaco, disparando al aire.
Son los turcos, no cabe ninguna duda, que gritan «‘¡Alá!¡Alá!» y siguen abriendo fuego. Los soldados buscan refugio mientras intentan ver al enemigo, preparados para abrir fuego contra él. ¡Venderán caras sus vidas!
Destacamento de húsares
En respuesta a los empujones alguien ha disparado una pistola al aire, intentando dejar claro que no se van a dejar avasallar por la infantería. Pero justo en ese momento han atacado los turcos.
– ¡A los caballos! -ordena el sargento- ¡Retirada!
Pese a su borrachera, es la orden más lógica. Al fin y al cabo son un destacamento de caballería ligera, detrás de su improvisada barricada están vendidos. Hay que reagruparse con el resto del ejército, mientras la infantería forma en líneas defensivas.
Segundo destacamento de húsares
– Señor, he oído un disparo.
-Yo también, cabo. Veamos qué ocurre. ¡Húsares, desenvainen sables!
Los jinetes de un nuevo regimiento de caballería ligera estaban volviendo de su misión de reconocimiento cuando oyeron el jaleo. Subieron la colina, para tener mejor percepción de lo que ocurría. No había ninguna duda: un destacamento de húsares del ejército del emperador cabalgaba a toda velocidad volviendo al campamento, mientras un regimiento de infantería turca les perseguía con gran alboroto y algún que otro disparo.
No podían consentirlo: cargarían contra los turcos para darle una oportunidad de huida a sus aliados y, tal vez, propiciar que se reagrupen y carguen igualmente contra el enemigo. Entre ambos darían buena cuenta de los otomanos.
Primer contingente de infantería
– ¡Nos atacan! ¡Sobre la colina!
Los primeros gritos de pánico se han confirmado. Un destacamento de caballería ligera aprovecha que los húsares imperiales están abandonando sus posiciones defensivas tras su improvisada barricada para cargar contra el regimiento de infantería.
– ¡Formad una línea! ¡Preparados para resistir la carga!
Pero el caos cunde entre los soldados. Algunos no entienden bien las órdenes, dadas en alemán. Otros, aún sorprendidos por los disparos iniciales, prefieren encontrar un punto más seguro, y aprovechan que los húsares abandonan sus barricadas para ocuparlas igualmente. Y otros prefieren disparar primero y preguntar después.
Artillería austriaca, en el campamento del emperador
– Señor, la caballería turca está atacando a nuestra infantería. Han puesto en fuga a nuestros húsares.
– Ya lo veo… apoyemos a nuestros hombres. ¡Preparen los cañones! ¡Fuego a discreción!
Pero la infantería parece estar en verdaderos apuros, pues están tomando posiciones defensivas. Sin duda, es por ello que los húsares están volviendo a todo galope hacia el río para ponerse a resguardo. Los turcos deben estar rodeándoles. El fuego de artillería no será suficiente.
-Envíen a un pelotón de infantería de refuerzo, ¡ya! Y avisen al emperador, ¡nos atacan!
Primer contingente de infantería
La situación empieza a ser desesperada. ¡Los turcos estaban por todas partes! A la furiosa carga de la caballería ligera otomana, que luchan contra ellos como si no hubiese un mañana, hay que añadir que un pelotón de infantería enemiga avanza sobre la colina hacia ellos, siguiendo a su caballería. Si les alcanzan, están perdidos.
Empiezan a disparar a todo lo que se mueve, esperando recibir refuerzos. Es cuestión de tiempo, no están lejos del campamento imperial. De hecho la artillería está castigando duramente a los turcos. ¡Sólo tienen que aguantar un poco más!
Primer destacamento de húsares
El sargento ordena detenerse. Está borracho pero no es un cobarde, y ahora que se han reorganizado puede volver a poner orden en este caos.
Nada de todo esto habría pasado si la infantería no se hubiese empeñado en beberse su alcohol, pero todo eso ya carece de importancia. ¡No les va a dejar a su suerte bajo el ataque turco!
Observa cómo son objeto de una brutal carga por parte de la caballería ligera otomana. Y lo que es peor, detrás de ellos avanzan cientos de soldados enemigos. Aunque la artillería imperial está apoyando con su fuego, es evidente que los soldados, desorganizados y pillados por sorpresa, no van a poder sobrevivir.
– ¡Húsares, a la carga! ¡Por el emperador!
Tienda del emperador
No es necesario avisar a José II de Habsburgo de lo que está ocurriendo. Con los primeros cañonazos y todo el estruendo que se ha montado, es evidente que han sido tomados por sorpresa. Rápidamente da órdenes de que le traigan su montura y le ayuden a armarse.
A lomos de su caballo, se acerca a la primera línea, intentando averiguar qué es lo que está pasando y dar las órdenes pertinentes. A su alrededor, todo el ejército imperial está en movimiento. La artillería dispara al enemigo, la infantería forma esperando nuevas órdenes, y la caballería está lista para cruzar el río y apoyar a las unidades que lo necesiten.
Pide un catalejo, y observa el campo de batalla.
– ¿Pero qué coj… [nota: sin duda su expresión en alemán fue muy distinta, pero no me cabe ninguna duda, aunque no lo registren los libros de historia, de que tuvo que exclamar exactamente esto; si el lector lo prefiere en inglés, que seguramente se le parecerá un poco más, sería «what the f…?»]
Un cañonazo asusta a su caballo, que se encabrita. Y José II da con sus imperiales posaderas en el fango de Karánsebes. Impotente, observa cómo su ejército se autodestruye en aquel fatídico día de septiembre.
Resultado y consecuencias de la batalla
La mezcla de nacionalidades e idiomas entre las distintas fuerzas imperiales fue el caldo de cultivo del caos, y el alcohol fue el catalizador. El resultado fueron 10.000 muertos y el ejército deshecho.
La catástrofe debió traer bastante desorganización entre la soldadesca, que fuera de control se convierte en algo muy peligroso. Según narran las fuentes históricas, ésta fue la carta que José II escribió al canciller Kaunitz:
“Este desastre sufrido por nuestro ejército a causa de la cobardía de alguna de nuestras unidades aún es incalculable. El pánico reinaba por doquier, en nuestro ejército, en el pueblo de Karánsebes y en todo el camino hasta Timisoara, a diez leguas largas de allí. No puedo describir con palabras los terribles asesinatos y violaciones que se produjeron.”
Ni que decir tiene que cuando llegaron los turcos no hubo resistencia alguna. Karánsebes cayó sin problema, y también sin repercusión alguna en la guerra ruso-turca, pues los rusos sumaron una victoria tras otra, llegándose a anexionar Crimea y Yedisán en el tratado de paz que se firmó 4 años después.
Veracidad histórica
Como me ocurrió en el anterior artículo dedicado a la batalla de Chillianwala, me ha costado bastante darle credibilidad a los hechos aquí narrados. Sin embargo, el hecho parece estar bastante bien documentado y reconocido, por lo que no cabe duda de que el ejército austriaco se autoinfligió una dolorosa derrota por la confusión entre sus distintos regimientos.
Lo que sí pongo en duda son los detalles literarios. Por ejemplo, parece ser que efectivamente el caballo de José II acabó en una poza, pero habría ver bajo qué circunstancias. También habría que confirmar si todo empezó por la disputa por unos barriles de licor transportado por unos gitanos; mi sospecha es que cualquier excusa podría servir para encender la chispa del conflicto entre regimientos de nacionalidades distintas.
Tampoco sé quién sería el turco al mando de las tropas otomanas. He supuesto que sería Abd-ul-Hamid I, pero no he logrado encontrar en ninguna parte la confirmación de quién sería el general al mando. Curiosamente, el único nombre que se encuentran en las distintas crónicas es el de José II. Por otra parte, resulta irrelevante.
Me ha parecido divertido y muy visual narrar los hechos desde el punto de vista de los distintos regimientos, siendo así mucho más creíbles. Espero que me disculpéis la licencia.
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