Sopla el viento frío del invierno, arañando la piel de los cruzados. El paisaje es gris y oscuro, mezcla de los rigores estacionales y de los estragos de la guerra. Tan sólo los cuervos parecen satisfechos, conscientes de algún modo del festín que están a punto de darse.
Alfonso el Batallador, el rey cruzado, observa a sus tropas. Están cansados, famélicos, hartos de tantos meses de asedio. Ya ha habido varias deserciones. Pero sabe que aún debe exigirles un esfuerzo más. El premio lo vale, y la derrota es inadmisible. Es todo o nada, vencer o morir.
A su lado, su amigo Gastón de Bearn pone su mano sobre el hombro del monarca, en gesto de apoyo. Él no va a retirarse, lo sabe de sobra.
Es la hora de la batalla final.
La importancia de Zaragoza
O Saraqusta, como la llaman los musulmanes, en cuyas manos está desde los comienzos de al-Ándalus, hace ya más de 400 años. Mucho ha llovido desde que Tarik la conquistase a sangre y fuego.
Zaragoza es la clave de la zona nordeste de la península. Siempre lo ha sido. Dominar Zaragoza implica dominar el riquísimo valle del Ebro, el vasallaje de Valencia y Denia, el control de Tudela, Huesca, Lérida, Tarragona… y una posición de poder a la altura de Toledo.
Nos encontramos en el año 1118, y una vez más Zaragoza está en el centro del conflicto entre moros y cristianos.
El imperio almorávide
En contra de lo que muchos puedan pensar, los musulmanes de la península no han sido siempre el mismo pueblo. Tras la caída de al-Ándalus vino el periodo de los reinos de taifas, y entre ellos, Zaragoza fue uno de los más poderosos.
Pero entonces llegaron los almorávides: monjes-soldado de Aláh, integristas que venían del Sáhara. Al grito de yihad, se extendieron por el Magreb y luego por al-Ándalus (no sin dificultad, gracias entre otras cosas a las hazañas de un tal Cid, pero ya hablaremos de eso), reunificando los reinos musulmanes bajo un mismo imperio.
Hace sólo 8 años, en 1110, que se han hecho con la taifa de Zaragoza: Muhamad ibn al-Hayy llega con sus tropas desde Valencia para expulsar al rey Abdelmalik, que terminará huyendo con sus tropas y pactando con el reino de Aragón. Tan solo la taifa de Mallorca permanecía independiente, algo que corregirían en el 1116.
En el 1118, los almorávides parecen imparables. Con todas las taifas bajo su control, miran con odio hacia los reinos cristianos.
Alfonso el Batallador y el reino de Aragón
El rey cruzado de Pamplona y Aragón. No estaba destinado a reinar, de hecho, pero la muerte de sus hermanos le despejó el camino a la corona. Antes de ser rey, empero, ya empezó a labrarse un buen currículum militar, participando en varias batallas contra los almorávides, a quienes ya conocía bien, destacando la cabalgada junto al mismísimo Cid en la batalla de Bairén.
Ya coronado, su matrimonio con la reina Urraca de León se convirtió en una pesadilla tanto para los cónyuges como para los reinos cristianos, pesadilla que terminó con la nulidad del matrimonio exigida, bajo pena de excomunión, por el papa Pascual II, por la cual Alfonso se veía libre al fin para concentrarse en el gran objetivo de su vida y del reino de Aragon…
La Cruzada de Zaragoza
Las Cruzadas fueron expediciones bélicas impulsadas por la Iglesia contra el Islam, por las que el papa concedió indulgencia a los cristianos que combatían en ellas. Aunque popularmente se conoce como «las Cruzadas» a las destinadas a Tierra Santa, lo cierto es que hubo muchas más en varios territorios. Sin ir más lejos, la que se conoce como Primera Cruzada (1095-1099), concebida para proporcionar apoyo a Bizancio contra los turcos, y que terminaría con la toma de Antioquía y Jerusalén, no fue realmente la primera. Esta fue la de Barbastro, en el 1064.
Alfonso vio la jugada muy clara: para tomar Zaragoza necesitaba más tropas, y no podía esperar ninguna alianza por parte de su ex Urraca. Debía pedir refuerzos en Francia.
Así lo hizo. Y los cruzados, con el legendario Gastón de Bearn a la cabeza, acudieron en masa.
Gastón de Bearn y los cruzados
No hablamos de un cualquiera. Gastón había combatido bajo el mando de Raimundo de Tolosa en la «Primera» Cruzada, participando en la toma de Jerusalén. Destacó por su ingenio (además de por sus dotes marciales), pues fue el artífice de los castillos rodantes, construidos con la madera de los barcos genoveses, que sirvieron para tomar las murallas de la ciudad santa.
No era la primera vez que Gastón y Alfonso combatían juntos, unidos tanto por su fervor religioso como por alianzas familiares. Pero en esta ocasión Gastón acudía a la batalla con catapultas y castillos rodantes, y una buena hueste de cruzados.
Entre ellos también se destacaban Bernardo Atón, el vizconde de Carcasona; Guy de Lons, obispo de Lescar; Arnaldo de Labedán, y otros muchos nobles y caballeros de renombre, con experiencia en el combate en Tierra Santa. No vinieron a pelear por amor al arte: el concilio de Toulouse ha concedido el rango de Cruzada a los combates de los cristianos en España.
Así, Alfonso se veía al mando de un magnífico ejército: a sus propias tropas aragonesas le sumaba los hombres de Abdelmalik y los cruzados de Gastón de Bearn. Era su gran ocasión.
Comienza el asedio
El 22 de mayo de 1118, y tras tomar sin aparente dificultad las localizaciones más cercanas a Zaragoza, empieza la batalla.
Ocho días después, las tropas de Gastón abren una brecha en las defensas musulmanas y se extienden en torno a la ciudad fortificada, ocupando todo menos la Aljafería, que poco después terminará por caer también.
El ejército cruzado parece imparable. La victoria está al alcance de la mano, Alfonso casi puede tocar con los dedos su ansiado trofeo. Pero nadie dijo que iba a ser fácil.
Llegan refuerzos de Granada
Los almorávides mueven ficha, y en el mes de septiembre desde Granada se moviliza un fuerte contingente para socorrer a los sitiados, con el gobernador Abdalá ibn Mazdalí al frente. Se repite la historia que ya vimos cuatro siglos antes cuando Pelayo estaba próximo a su victoria: los sarracenos envían refuerzos, y todo se tambalea.
Efectivamente, la poderosa caballería musulmana irrumpe en la ciudad y hace retroceder a los cruzados. El asedio continúa, pero se alcanza una situación de empate: ni los cruzados pueden entrar, ni los sarracenos pueden ahuyentarles.
Cunde el desánimo, tan cerca de la victoria este revés hace que algunos se lo replanteen, y muchos cruzados vuelven a casa. Pasan las semanas, y queda claro que ésta es una lucha de voluntades. Los cristianos pasan hambre, pues se acaban los víveres, y los musulmanes pasan sed, ya que Alfonso ha cortado el suministro de agua.
Y a este cansancio hay que sumarle el intenso frío con el que llega el invierno.
La empresa parece perdida, la victoria demasiado lejana… pese a estar al alcance de la mano. Alfonso lo sabe, y su amigo Gastón, que no se ha ido y sigue al pie de la catapulta, también.
La batalla final
Y entonces ocurre: llegan noticias de que en noviembre muere ibn Mazdalí. Es el momento, ahora o nunca, los sarracenos estarán desmoralizados. ¡Victoria o muerte!
Alfonso concentra sus fuerzas en el punto más importante de la defensa musulmana: el torreón de la Zuda. Fue una lucha a muerte, atacando con todo.
Finalmente, el torreón cae y los musulmanes se rinden. La cruzada de Alfonso y Gastón ha triunfado, no sin mucho esfuerzo y sufrimiento. Pobres de los musulmanes.
¿Pobres de los musulmanes? No, al menos no en esta ocasión: Alfonso y Gastón son un ejemplo de caballería y nobleza. Habrá piedad para los musulmanes (muy al contrario de lo que hizo Tarik cuando tomó esta misma ciudad).
A los musulmanes que se quieran quedar, pueden hacerlo conservando sus bienes e incluso su religión, con una única condición: irse a residir a los arrabales (para evitar revueltas). Y al resto se les permite marcharse en paz.
Dicen las crónicas (de origen musulmán, por cierto, así que bastante creíbles) que cuando se iban los musulmanes que así lo desearon, el rey Alfonso les hizo detenerse y mostrarle todas sus pertenencias. Así lo hicieron, esperando (supongo) lo peor: que se les hubiesen dado esperanzas para a continuación arrebatárselo todo.
No fue así, y cito la fuente textualmente:
[…] aunque el rey sabía muy bien que jamás en su vida volverían a recrearse sus ojos en tal cúmulo de riquezas, se abstuvo de tomar nada y les dijo:
– Si no hubiera pedido que me enseñaseis las riquezas que cada cual lleva consigo, hubierais podido decir: «El rey no sabía lo que teníamos; en otro caso, no nos hubiese dejado ir tan fácilmente. Ahora podéis ir donde os plazca, en completa seguridad».
Y dicho esto dispuso una escolta para que los refugiados alcanzasen a salvo las fronteras.
Consecuencias de la toma de Zaragoza
Estaba cantado, Gastón de Bearn sería nombrado señor de la ciudad, que sería cristianizada rápidamente. Sin embargo, no acabaron aquí las batallas para Alfonso y Gastón
Alfonso protagonizaría una osada aventura de saqueo en el corazón del imperio almorávide, llegando incluso a la costa de Málaga, donde dice la leyenda que mandaría pescar un pez como símbolo de un rey cristiano pisando la costa sur. Aunque sus intenciones de crear una marca cristiana en zona musulmana no fueron exitosas, volvió cargado de botín, y acompañado de mozárabes con los que repoblar su reino.
También fundaría la primera orden militar en la península, la cofradía de Belchite, que terminaría integrada en la Orden del Temple.
Ambos morirían en batalla. Gastón combatiendo contra los almorávides en 1131 mientras defendía el reino. Su cabeza fue cortada y paseada de forma triunfal por Granada. El cuerpo sería devuelto a cambio de un rescate para ser enterrado en la Basílica del Pilar, aunque en la actualidad se desconoce el lugar de su tumba. Sí se conserva su cuerno de guerra.
Alfonso en 1134, sitiando la fortaleza de Fraga. Aunque logró huir del combate, sus heridas fueron demasiado graves. Fue enterrado en el monasterio de Montearagón, cerca de Huesca. Genio y figura hasta la sepultura, su testamento fue bastante polémico: dejó como herederas del reino a las Órdenes de Templarios, Hospitalarios y del Santo Sepulcro de Jerusalén. Ahí es nada.
Pero la toma de Zaragoza marca un punto de inflexión que trajo dos eventos de suma importancia histórica.
En primer lugar, el fin del avance del imperio almorávide, que a partir de aquí iría en caída libre. Con el tiempo sería sustituido por el imperio almohade, pero eso ya es otra historia.
Y en segundo lugar, la consolidación del pujante reino de Aragón, que desde este momento tendría un ascenso imparable, llegando a convertirse en uno de los principales reinos cristianos, no sólo de la península, sino de toda Europa.
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