Musashi se sienta en una roca, contemplando la puesta de sol.
Ha sido una hermosa tarde, que el viejo ronin ha disfrutado en plenitud. Y sobre todo en paz. Una paz que no le ha acompañado en vida, pero que ahora atesora y necesita para llevar a cabo su última voluntad.
Quiere escribir todo lo que ha aprendido… o mejor dicho, quiere escribir la forma en que cualquier otro hombre puede llegar a aprender lo mismo que él. No la meta, sino el camino. Porque cualquier otra cosa no tendría sentido.
Lejos quedan ya sus míticos duelos, de los cuales no perdió ninguno. Incluso en la batalla de Sekigahara fue victorioso, pues estando en el bando perdedor logró sobrevivir a la misma. La victoria fue una constante en su vida; había de serlo hasta el final para que ésta estuviese completa.
Ya es de noche. Es una hermosa noche, un hermoso final. Mañana empezará a escribir su libro.
El final del periodo Sengoku
El sangriento periodo Sengoku fue una de las épocas más conflictivas de la historia de Japón. Más de un siglo de interminables guerras feudales que en el año 1600 por fin estaban próximas a un resultado final.
Oda Nobunaga, el daimyo (señor feudal) de uno de los principales clanes, fue el primero que intentó y casi consiguió unificar Japón bajo un único mandato. Pero fue traicionado por uno de sus generales. Su testigo lo recogió uno de sus lugartenientes, Toyotomi Hideyoshi, que culminaría la obra de Nobunaga.
Pero Hideyoshi no tenía raíces nobles, lo que impidió que fuese formalmente reconocido como shogun (comandante del ejército, en la práctica un dictador militar). Su liderazgo no sobreviviría a su muerte, y el lo sabía. Por ello nombró a un consejo de cinco regentes, formado por los cinco daimyos más poderosos, para que gobernasen Japón hasta que el pequeño Toyotomi Hideyori alcanzase la mayoría de edad.
Uno de los cinco, Tokugawa Ieyasu, empezó a conspirar para hacerse con el poder. Esto dio lugar a un complicado juego de alianzas con dos bandos enfrentados, los defensores del derecho de Hideyori al shogunato y los partidarios de Ieyasu. Pronto se volvieron a alzar las armas, y el conflicto se resolvería como siempre: en el campo de batalla.
Tokugawa se vio rodeado por dos ejércitos enemigos. Por un lado, las fuerzas de Uesugi Kagekatsu, y por el otro las de Ishida Mitsunari, el líder de los leales a Hideyori. Mitsunari avanzaba con su ejército, tomando un castillo tras otro, haciendo huir a Tokugawa hacia la posición de Kagekatsu, y entre ambos atraparlo y destruirlo.
Pero Tokugawa era un brilllante estratega. Tenía perfectamente controlado a Kagekatsu. Su avance hacia el este fue premeditadamente lento: quería atraer a Mitsunari a su terreno, donde se enfrentaría a él en mejores condiciones. Llegado el momento adecuado, marchó hacia Osaka, la capital, pillando desprevenido a Mitsunari.
El 21 de octubre, en las cercanías del castillo Oki, ambos ejércitos se encontraron al fin.
La batalla de Sekigahara
Al amanecer, una densa niebla cubría el campo de batalla. Cuando ésta se levantó, los ejércitos se encontraron peligrosamente cerca, de forma que no hubo mucho tiempo para estratagemas o hábiles movimientos. El choque fue frontal desde el comienzo.
Pese a una primera valiente carga de caballería contra las filas centrales del ejército de Tokugawa, cuyo objetivo era romper las líneas desde el comienzo de la batalla, éste reaccionó con furia. Sus descargas de arcabuces fueron letales. Pronto, las fogosas tropas de Tokugawa tomaban la iniciativa y hacían retroceder poco a poco a las de Mitsunari.
Pero Mitsunari contaba con cinco cañones. Pueden no parecer gran cosa, pero en aquellos momentos los ejércitos japoneses aún no estaban acostumbrados a la guerra con artillería. De forma que el ímpetu de las tropas de Tokugawa fue frenado en seco, viéndose obligados a retroceder.
Esto salvó a Mitsunari, que se había visto rodeado y muy cerca de caer. Al menos de momento. Pero la iniciativa la seguía teniendo Tokugawa. El motivo era que aproximadamente la mitad del ejército de Mitsunari aún no había entrado en combate. Mitsunari había contenido la embestida inicial y sabía que era el momento de contraatacar, de forma que envió órdenes a los correspondientes generales para que avanzasen.
Pero claro, en el orgulloso y complejo Japón feudal no se envían órdenes así como así. Al frente de cada uno de los múltiples ejércitos que componían la «alianza» de clanes leales al clan Hideyoshi había un señor feudal que velaba por sus propios intereses.
El primero en no mostrar la predisposición adecuada a los planes de Mitsunari fue el viejo Shimazu Yoshihiro, al mando de las tropas del clan Shimazu, que esperaba plácidamente en la retaguardia de Mitsunari. Al parecer, el mensajero que portaba las órdenes no se humilló al ir a entregárselas (como mandaba la etiqueta), pues ni siquiera se bajó del caballo. Esto enfureció a Yoshihiro, que rehusó atenderle, obligando al propio Mitsunari a ir a hablar con él (como si no tiuviese nada mejor que hacer); y cuando éste lo hizo básicamente le mandó a paseo.
Con la negativa de participar del clan Shimazu, las esperanzas de Mitsunari recaían en el clan Mori, para atacar la retaguardia de Tokugawa, y en las tropas de Kobayakawa Hideaki, que debía atacar por el flanco izquierdo de Tokugawa.
Hideaki tampoco obedeció las órdenes de avanzar: su respuesta fue que estaba comiendo, y que le dejasen terminar de comer.
Se mascaba la tragedia. Tokugawa envió unos mensajeros a Hideaki para intentar averiguar qué iba a hacer. Menudo papelón para esos mensajeros, que debían ser, no obstante, unos hábiles parlamentarios, pues media hora después la respuesta de Hideaki disipó todas las dudas: atacó a Yoshitsugu, que defendía uno de los flancos de Mitsunari.
El pobre Yoshitsugu, que ya tenía sus tropas desgastadas tras toda la mañana luchando contra las fuerzas de Tokugawa, aunque ya se esperaba la traición no pudo hacer nada. Viendo la batalla perdida, le pidió a un sirviente que le cortara la cabeza y luego la escondiera para que no cayera en manos del enemigo, intentando evitar así que participase en una de las tradiciones bélicas japonesas, que consistía en recolectar las cabezas de los generales enemigos y realizar una macabra ceremonia con ellas.
Tras la traición de Hideaki la cohesión del ejército de Mitsunari se derrumbó como un castillo de naipes.
Los Shimazu, que no habían participado en la batalla pero realmente no habían traicionado a nadie, fueron alcanzados y obligados a retirarse. Los Mori, viendo lo que ocurría, rehusaron atacar la retaguardia de Tokugawa y decidieron poner pies en polvorosa.
De esta forma, aunque la estrategia de Mitsunari había sido mejor que la de Tokugawa, la traición de uno de sus «aliados» y las dudas a la hora de actuar del resto hicieron que la derrota fuese inevitable.
Consecuencias
En la batalla murieron cerca de 70.000 guerreros, casi la mitad de los que participaron (unos 80.000 por cada bando).
Mitsunari se refugió en el castillo Sawayama. El traidor Hideaki quiso demostrarle a Tokugawa que podía fiarse de él, así que le pidió que le permitiese el honor de tomar el castillo por él. Dicho y hecho, pocos días después Mitsunaga y otros líderes de su ejército eran decapitados en Kioto.
La batalla de Sekigahara no terminó inmediatamente con las guerras feudales, pero sí fue el punto de inflexión que marcaría el final de éstas, pues Tokugawa ya no tendría un rival a la altura para hacerle frente.
Tres años después era nombrado shogun por el emperador, poniendo fin al periodo Sengoku y dando un lugar a un largo periodo de más de 250 años en el que los Tokugawa ostentarían el shogunato, un periodo dictatorial pero muy pacífico, con apenas algunas revueltas, siendo la primera (lógicamente infructuosa) la de Toyotomi Hideyori, que acabaría con el fin del clan Toyotomi.
En la batalla de Sekigahara, además, estuvo presente un personaje muy especial…
Musashi Miyamoto, el duelista invencible
Musashi fue un ronin (samurai sin amo) que se dedicó a buscar la iluminación mediante el kenjutsu (el Camino de la Espada). Un tipo casi asilvestrado, pues no le interesaba ni su apariencia física ni su higiene, ni por supuesto relacionarse con otras personas, lo único que buscaba era poner a prueba sus habilidades marciales y mejorarlas constantemente.
Su primer duelo registrado fue a los 13 años, contra un samurai adulto y experimentado llamado Arima Kigei. Musashi iba armado con una espada de madera, pero derrotó a su contrincante matándolo de un golpe en la cabeza. Fue el primero de una larga serie de duelos de los que salió siempre victorioso.
No sólo buscó mejorar sus habilidades marciales en duelos, sino también en batallas. Fue por eso que combatió en Sekigahara, en el bando perdedor; su victoria personal fue sobrevivir tanto a la sangrienta batalla como a las represalias posteriores. Curiosamente también participó en el sitio de Osaka, durante la revuelta de Hideyori, esta vez luchando en el bando de Tokugawa.
Su duelo más conocido es el de la isla de Ganryu, cuando se enfrentó a otro samurai con fama de invencible, Sasaki Kojiro. Musashi utilizó una vez más un boken (espada de madera), que se fabricó durante el trayecto en barca hacia la isla utilizando su wakizashi (espada corta) para tallar un remo. Kojiro era conocido por haber inventado una técnica de combate basada en su no-dachi (katana larga), al que llamaba «el palo de secar»; esta técnica se llamaba el «corte de la golondrina giratoria», porque simulaba el movimiento de la cola de la golondrina en vuelo.
Musashi llegó al duelo tres horas tarde a propósito para enfurecer a Kojiro, algo que ya había hecho en otros duelos anteriores. La treta funcionó: Kojiro reaccionó con rabia cuando por fin se vieron las caras. Musashi esquivó los furiosos ataques de Kojiro, buscando ponerse de espaldas al sol; en ese momento Kojiro quedó cegado, y Musashi aprovechó para golpearle con su boken, matando a su contrincante.
Aquel fue, por cierto, el último duelo de Musashi que acabó de forma mortal. A partir de entonces entró en un periodo espiritual, y aunque siguió disputando duelos, nunca volvió a usar espadas «de verdad». Miyamoto tenía 30 años y había participado en más de 60 combates sin haber sido nunca derrotado.
El libro de los Cinco Anillos
A los 50 años consideró que ya había alcanzado la sabiduría que buscaba, y 6 años después, en 1643 se refugió en la cueva llamada Reigando para escribir el Go Ron No Sho (El libro de los Cinco Anillos). Por aquel entonces sufría ataques de neuralgia que presagiaban su enfermedad y declive.
En febrero de 1645 terminaba el libro, y en mayo del mismo año, poco antes de morir, se lo entregaba a su discípulo más cercano. Una muerte pacífica para una vida llena de combates.
El libro de los Cinco Anillos es, en apariencia, un tratado de Kenjutsu. Pero encierra muchísimas lecciones ocultas. El propio Musashi dice al final de estas lecciones «Se debe estudiar esto más a fondo», con la intención de que el lector aprenda por sí mismo la sabiduría que se oculta bajo cada palabra.
En la cultura japonesa se considera este libro como un compendio de estrategias que se pueden adaptar a cualquier actividad vital. En ciertos ámbitos políticos y económicos el estudio de este libro es obligatorio.
El libro se compone de cinco manuscritos, cada uno basado en un elemento: Tierra, Fuego, Aire, Agua y Vacío, siendo este último el que llena el espacio que no ocupan el resto de elementos.
- El Manuscrito de la Tierra: habla de la importancia de la estrategia militar.
- El Manuscrito del Agua: explica posturas, técnicas y movimientos para alcanzar la victoria, haciendo énfasis en lo necesario de ser flexible para adaptarse a las circunstancias, en un símil con la fluidez del agua.
- El Manuscrito del Fuego: se centra en el ambiente, el estado del ánimo, y la actitud.
- El Manuscrito del Viento: o del estilo. Compara sus propias técnicas con otras escuelas de kenjutsu.
- El Manuscrito del Vacío: o del cielo. Es el más corto y en él Musashi da las últimas recomendaciones. Aconseja combatir sin detenernos a pensar en las enseñanzas, con naturalidad y casi instintivamente. ¿Recordáis la película El último samurai, cuando le enseñan al protagonista a «no pensar»? Pues eso. Para Musashi pelear en este estado es el nivel máximo que se puede alcanzar.
En el momento de su muerte se levantó. Tenía su cinturón ajustado y su wakizashi en él. Se sentó, con una rodilla levantada, sosteniendo la espada con su mano izquierda y una vara en su mano derecha. Murió en esta postura, a la edad de sesenta y dos.
Fragmento del Hyoho senshi denki (1782)
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